Fallido,
el poema capaz del gran poeta. Las montañas
deben
expresar montañas (en el verso), lo contario denota error de estilo. Pero en el
artilugio del poeta
capitán
todo remite a un yo hipertrofiado y en negrita, a un sentimiento
interminable.
Y el
sentimiento ha sido reconocido, es musical y lacrimoso, se deja acariciar como
un perrillo faldero, motiva como
un
curso acelerado de auto-enjundia.
A pesar
de su talento lírico de peso pesado, falla el poeta, se retuerce en su nicho de
calidad arrullado por elogios
insuficientes,
panegíricos esenciales, merecidas críticas
absolutorias,
aplausos concomitantes y sinfónicos.
Tiene
que ver con el dilema: talento o dedicación. Las diez mil horas
de
específico desdén acumulado hacia la pura materia
artística
y sus baladronadas. Estamos a la cola del Arte y nos parece bien. Y nos parece
mal el
recorrido museístico, los montones de sabiduría, el mármol depresivo, velado y
deprimente, oh, que contiene el tieso
martillazo,
la extremadura del cincel, el paso jacksonfive o la zombificación de la
memoria, remite a la bruta
fortaleza
del antebrazo, músculo y simetría.
Escasamente
apolíneo aparece el fantasma del artista en el cuarto del baño, en el bidé,
sumándose
a la chapucería del cuadro eléctrico, la malcriada instalación; cuando podría
recurrirse
sin
demora al interesante espectro drogodependiente con anteojos lenon, greñas
desatadas y cuerpo doctrinal.
El buen
poeta no cae en la tentación del sentimentalismo, salvo cuando lo considera
oportuno.
El
poeta laureado orienta la crítica, juzga y se lava las manos, confiesa su
autoridad, da fe como un notario,
da disgustos
a los diletantes del cuaderno azul, produce urticarias y otras contusiones
del
alma.
Es
cómodo inventarse un personaje efervescente y jugar a dominarlo,
entrometerlo
en un paisaje diluvial, el Parque ultravioleta, pulcro de hierba, laderas y
ocasiones, abejas
leoninas
con nombre de mujer, riachuelos corrientes abonados al haiku, y su reflejo.
Ah, Jordan
ahora es determinante y abrillanta los peldaños con la suela de sus sandalias
etruscas,
se da
brillo como un cometa deshojado, palpita en su destierro. Ella
es el
penúltimo eslabón de la cadena del aire,
segura
de su destino como un ángel en el mundo, una estrella en el vientre de la
eternidad.
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