Ha
cambiado el mundo, se ha comprimido como un aparcamiento vacío; en el Parque la
información
ya no acapara
redes, el aire ha dejado de ser un hervidero de ondas y partículas cargadas de
ingenio, todo esto
significa.
Verde es el nuevo Romanticismo, hilo de la Naturaleza, la visión onomástica del
espacio
constante.
Renacimiento quiere decir el acabose, la constitución inarmónica de una
hiperrealidad estimulante,
un
lugar o época carente de músculo, huérfana de maquinaria y reparaciones.
Estamos ante una pared tan alta
como la
misma sombra del aquelarre moderno, de modo que no resulta extraña la
proliferación de ingenuidades,
vuelta a
las estrellas y su cómodo aislamiento, su alevosa nocturnidad.
Jordan
ahora mira al cielo como antes se miraban los escaparates de la gran ciudad,
pasa su mano por la hierba
neutra
y cardinal con el mismo gesto duro de los apostadores. Tal vez se haya permitido
unas vacaciones,
un mes
de desencanto extraordinario para dormitar bajo la luz glorificada de las
catedrales en ruinas, los edificios
pardos
derruidos por el viento y los críticos espasmos de la noche.
Tiempo
para reconocerse, cultivar su cuota de señalamiento, esquivar el meteoro tardío
del olvido con su carga
de malas
vibraciones.
Donde
la música perece el humo se eleva más famélico: es el signo de la humanidad;
los cubos de basura han calculado
la
densidad de las sombras, las llamas brotan como ramas artificiales, estigmas de
la oscuridad: vaya situación
insostenible.
Pero Jordan acaudilla un abordaje de súbditos armados con arpas y cuchillos de
cera, oh, lívida
facción
de comandantes, todos con una estrella en el espejo. Su razón es el mérito de
su belleza, tan inhóspita y feliz,
tan
híbrida en su mitad deshecha de palabras, su lengua vana e inexacta.
No
necesita fórmulas vitales, ni valentía, ni accesorios complejos, solo una
fuente que acaricie su espalda, un beso
torpe
comunicado en la virtud del sueño, pisando firme el territorio de la duda. Su
ser romántico
estimula
el sereno ambiente de la guerra con metafísico desdén, contempla la destrucción
de las civilizaciones
con secreta
amargura, mientras el amor prolifera la incurable herida del deseo, la muerte extiende
sus alas
sobre
el baile y la enfermedad, devota del arte, se incauta de la fuerza de los ojos
y el seco ímpetu de la respiración.
Jordan detenta
el monopolio del mensaje, su poema es divino, su voz es un vehículo que abarca
continentes
–eco y
manifiesto, espíritu y canto–, su color es el negro que habita en la ceniza,
sus manos reflejan el poder, pues no existe
silencio
como el suyo, ni elenco ni guardia pretoriana, ni procedimiento, ni atrezo ni
paso de ballet, ni gesto de otras manos
inocentes.
Ni familia con flores sentada a la mesa plegable de la reconciliación.
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