Ángel André 3000 (madre solo hay una). Ángel solo hay.
Destiny
aparca sus motivaciones en un espacio libre de la Avenida,
sobrevuela
el páncreas de la nación, se confabula con un enjambre bajo el sol criminal.
Frank Ocean sobrevuela
con su
franco sonido de múltiples pareceres y su lengua abstracta, su manuscrito
Voynich de la música
disco,
el estómago desagradecido de la nación. Todos los autos han sido confiscados,
nadie
se mueve a lo largo de la sinopsis del futuro, el armatoste
fantástico
del olvido.
Cuando
la transparencia era un rapto extraterrestre, una abducción
precedida
de algunos sueños vivarachos muy desagradables. Se sueña con fruición y
desfachatez
genuinas,
uno sueña sus propias mezquindades, su pequeñez desagradable y desagradecida,
su falta de fe.
Destiny
ha desembarcado en el reino, por tanto. Su venida tan débilmente apocalíptica,
su descenso
indica
un procedimiento divino venido a menos, como si el cristo hubiera crucificado
una sombra o un reflejo
para
evadirse en la niebla, hubiese confundido la mano vengadora.
El
enjambre oscurece el aire con su iniciativa artística, están: Hacendosita y el
resto, maravillosas
bestezuelas
románticas, agradables mínimas aeronaves de acústica emborronada. Qué melosas
combinan su desempeño
con la
tozudez de la corriente, el manoseo del aire. Destiny absorbe
líquidos
puros, hidromiel, whisky fabricado al alambique y la miseria, se traga todo el
humo de la noche,
contrae
enfermedades incurables sola con su tiempo a cuestas, enferma de soledad pero
dentro de un alma que no es suya.
Ángel Kiandra Richardson: su localización, el soliloquio que requiere. Su voz
es el
pescante, el turbante o la rampa de lanzamiento, rampante como un cuento
explícito de Elkin o un rebelde
atemporal,
atípico y soberbio. Destiny aterriza con un libro entre los labios (de
memoria), salidas de tono,
barcas
en la bruma colosal de la laguna divergente, el Walden miserable de los
lunáticos. Su belleza
colérica
como una visitación morrocotuda,
esfinge
de color violeta; sobre la contradicción edifica su establo,
su
cuerpo escenifica el triunfo de la palabra, la derrota inapelable del miedo a
la oscuridad.
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