No esperen milagros. El milagro no es
lo deseable; si sucede, entonces, es con violencia, luto,
desgracia y desmoronamiento. No convierte
el agua en vino,
sino en sangre, no multiplica los
panes, sino el hambre. Es símbolo, solamente
un patíbulo hecho de notas huecas, roto
bajo la sombra del cielo vengador.
Destiny-Nicole consiguió una
aproximación convincente a la entrega debida, edificó un mausoleo
contemporáneo,
extrapoló, excavó en la tierra con las
uñas perfectas –su manicura lívida. En aquella
cavidad, cueva o desierto antiguo
repleto de pinturas y leyendas; en la pista, el mísero arroyo
doméstico donde los perros rehuían el
contacto humano y mojaban los cuervos su plumaje
incontable.
La belleza de Destiny, un secreto (era
su sacramento) susurrado por el primer rosal (que veía tambalearse
su primacía). Ninguna vida era
suficiente para competir con su estrategia neutral, su periódica avaricia
estética;
cuando el asfalto ardía en volutas de
ignorancia de dios y las nubes colapsaban el cielo con palabras de una sordidez
asombrosa, y los clérigos contaban con
una plantilla de autores para leer el horóscopo a las palomas y trazar filigranas
de humo
sobre la alegre tierra y sus costuras.
Esta naturaleza que comprende y se
atreve con la blasfemia del arte, no eleva plegarias ni bendice la lluvia que
doblega
la cerviz de la hierba; que vislumbra
un rayo de locura en cada nuevo amanecer y truena con voz dolorosa,
próxima y consciente.
Ningún poeta mejor que D., su
espectáculo coral, el mantenimiento explícito de las profanaciones,
su corazonada aplicable al sueño y al exilio
(por igual). Estábamos en blanco y negro contemplando un atardecer
adusto, asintomático, automático como
una maravilla inversa; ella silabeaba su retoño,
diseminaba secuencias para las
semillas, para los débiles tallos, los robustos troncos de labor variable;
ningún
poeta superaba su ausencia, ¡acaso Keats habría mejorado el convencimiento general y audaz de su inmadura vorágine,
su tronchante majestad?
Ya en el Pacífico, ya en otros mares
redondos como castillos de arena,
envueltos en gotas millonarias y
chorros moribundos, agua por todas partes, bendita agua milagrosa,
propicia al bautismo y la restauración.
Ya bajo el suelo corsario, nieve en polvo, polvo de la maestría estelar.
Nadie esperaba el milagro, otro
prodigio de la imaginación. No hay tanta luz
en los ojos tristes de la máquina, tantas
almas a la sombra del cielo acusador.
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