Dos puntos: el aire escupe sombra, los
pájaros
inundan. Flojea el tiempo, pasa tardo,
insolidario. Como siempre, un rectángulo de hierba,
el escenario futurible; sobre la mesa,
el pan de ayer, el periódico, en cada plato hondo, la noche vuelta en sí,
plateada y segura. Toneladas de
acontecimientos, kilómetros de lluvia, el calor, solo
dentro de los cuerpos, solo en la
sangre.
Se presiente una actualización. Tiene
lugar una descarga positiva, hay un acuerdo, se trata de algo tácito,
la metafísica del vacío posada en un
espejo que no ofrece soluciones,
demanda su espacio literario.
A
través del fuego o el silencio, el poeta divide su conciencia:
el
verso es un cuchillo afilado en la tierra, forjado en el escándalo de la
soledad.
Castillos, monasterios, dobles
torreones que rozan el vientre acuoso de las nubes
con un haz de banderas sonrientes; la
tinta se abre a otra dimensión que procede del sueño; el trámite es, por fin,
un trabajo extraordinario, hace falta
recordar el oficio, encontrar el arrugado prospecto de la realidad.
Por el claustro, bajo sus lúcidas
arcadas, copia exacta y fundamento,
corretea el eco de la redención. En el
jardín, un vestido blanco, un balcón subterráneo,
prendas inmaculadas que el deseo
brinda al corazón impaciente, al talento que explora los cimientos del arte,
su acerado antagonismo constructivo.
Es entre dos almas que se enciende el
retrato, cobra vida la solución
formal, rasga el papel con furioso
impulso ético, disminuye un concepto
para afianzar el dinamismo de las
descripciones más arriesgadas,
luce su capacidad de obra e ilumina
el mismo sol que florece a disgusto
en el pasadizo discordante de la insinuación…
Ahora. Surge el mejor comportamiento
de las frases, las palabras acentúan el contacto, arden gargantas
y dotaciones de aliento; en su alcoba
imaginaria, una Princesa vacila, difiere la ondulación de su cabello oscuro,
forcejea con la memoria de sus padres;
lleva una herida en cada mano,
el brusco estigma de la historia
salvaje, ve la luz, gira hacia la luz y vuelve a replegarse,
descansa su imposible corona en el
regazo de otra invicta primavera.
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