No en cualquier poema, lejos del mar;
y el ruido de las olas es un perfil dudoso del silencio,
olas que rompen en cartujas de espuma
rodeadas de pinos monacales, ascéticos
cipreses encantados de su monotonía aérea, suplicantes. Estamos
en el Parque, cerca de su principio
universal, próximos al centro de la creación de donde
parten como rayos nemorosos las mil
caras de la fatalidad, el bosque prematuro y consciente.
Jordan con su belleza a cuestas como
si fuese un violín, una guitarra
flamenca, el saco del hombre del saco,
la cesta locuaz del algodón salvaje (algo picado de púrpura). Entre la
frambuesa
triste de las emociones, entresacar un
rollito de lágrimas, una porción del pastel impecable. Es preciso
beberse la corriente, recibir una
descarga colonial, conocer el tacto efervescente del táser
policiaco, admirar la miniatura de una
sala fumigada a conciencia (residir en una mazmorra troquelada por el santo,
dislocada en mil pequeños incendios
cotidianos, es opcional).
La belleza es una conclusión que no
tiene por qué ser evidente, ni siquiera tangible en su formulación prosaica,
es el comité de bienvenida que la
poesía ofrece sin proponérselo; se trata de soltarse el pelo contra alguien,
dominarse y no reír, obrar sin
redundancia, dejarse crecer la supersimetría de los ojos. Jordan es tan
simétrica como dos
piernas cruzadas, tan elocuente como
una sonata de Bach. Lástima de aeropuertos, de puertos, andenes y paradas
obligatorias, de convoyes y caravanas,
de peregrinaciones y exilio, éxodos y manifestaciones,
demostraciones y carreras populares;
qué pena de arte en movimiento, desacertado a medias, sin motivo, y sin náusea.
No recorrerá los pasillos del tren de
medianoche, ni acercará su pensamiento a las luces
engañosas que colapsan la madrugada de
medianas intrigas y bajas ilusiones, sótanos de la imaginación. Más intuirá
la hierba que dormita en el humo y se
remansa, viajará en alas de un halcón
diferente, sobre el lomo perlado de un
dragón prohibido.
Tierra a la vista, por todas partes
tierra-es-estar-muerto, negar la maravilla de la podredumbre,
el trabajo esclavo del parásito, el
oscuro sudor de raíces y libros. Hay un libro maravilloso
escrito por una mano exánime, pero
firme; es una relación de milagros exóticos, de países contenidos en un árbol
gigante. Jordan ha leído hasta la
sombra del título, hasta la última palabra desdeñada
y, con todo ese arrullo, ha olvidado
el poema en mitad de la sangre.
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