relatos, apuntes literarios...

jueves, 27 de septiembre de 2018

goleadora


Reactiva, la literatura se ha precipitado por el acantilado hacia el mar hirviente.
Porque los ángeles han dejado de ser personas.
Cuando:

             Destiny marca goles con el equipo de la universidad
             Aconseja a los pájaros
             Discute con la policía
             Se ha subido al tejado para ondear una bandera blanca
             Se ha subido al tren para dejar de fumar
            
Y basta. Ángel merodeador, nocturno y asimétrico (su ala izquierda). Hiperpoetizada, sufre
una metáfora reciente que la mantiene postrada y enigmática, su cabello se ondula hacia el oeste
siguiendo una geodésica radical, cada partícula de su dedo pulgar anula la huella del destino, profetiza un paraíso
parecido al infierno.
            
             Si no es tan bella! Por ejemplo: ha ordenado al jilguero y ni caso. Su mano
de atleta ha conseguido dos puntos con una parábola sumisa. A través de cualquier cristal, aterriza en la superficie
masiva del agua que gotea suficiencia y presente como una prueba presencial, una prueba física, arqueológica
de la estructura literaria al uso.

No hace falta ser un poeta para conectar con la promesa lunar, la mente del canto, su alegría
formal, su acción estimulante; hay una coalición de autores nacionales que chantajea con su mal aliento,
divide la nada en triángulos de chocolate rancio, barre el espacio con los pelos de la nariz, ingiere más calorías
per cápita que un buey, desentona con el arte. Ahí, el Ángel no tiene nada que hacer, solo
despliega un momentáneo duelo, solo
interviene con ese afán intervencionista de los hechos razonables y las apariciones,
ese modernismo acorazado de las máquinas dulcificadas por el agitprop y la fiebre ideológica.

             Destiny letrada y convergente, bellísima y depende,
             loba de la camada, bisonte adquirido al contado por la tribu para emocionar a los turistas,
             mariposa decisiva, cometa, ala este de un monasterio sostenido en el tiempo,
             en el aire que florece de sogas y dardos y papeles fundidos (si al final es el humo lo que importa).

Leer un libro es padecer una enfermedad llamada alma, llamada clase, es tirarse de la cama, como quedarse
ciego, es abrir al azar la caja fuerte de la memoria del mundo, como contar con los dedos
las heridas del mundo, besar la frente de la patria perdida
y echar a andar.


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