En el
mismo piso, en el mismo rellano, un ángel y otro ser. Dos almas diferentes,
dos
libros abiertos. El Ángel es una vecina incómoda, se levanta a las 3 de la
mañana, al piano
a las 3
de la mañana; el arpa es un volcán que expele cenizas húmedas que hacen gracia,
o viven en gracia
de dios,
el arpa es un beneficio, pero incordia como un poema diario, como el poema
grave e
insustituible de un premio cervantes: al arpa a las 3 de la mañana el Ángel es
un experimento criminal.
Como
vecina el Ángel es hermosa, despunta, Luna nueva, espanta a los amantes,
aturde a
los gamberros del velódromo; lleva tierra en la mano y le da vida y el
muñequito se tambalea y luego
adopta
una digna posición humana, su corazón late, su mano sostiene una taza de té a
las cinco de la tarde, su mano
izquierda
interviene para sugerir un modo obsceno de comportamiento, su voz.
El
Ángel, tan divino que escribe con la zurda del amor (sin faltas de criptografía)
o escribe en japonés,
redacta
en su francés de Marsella, increíble jerga marsellesa de los enamorados. Por
cierto, un golem es capaz,
entiende
todos los idiomas, posee la fuerza de doce hombres. El Ángel ha creado un abogado
defensor
que detiene los trenes con su encanto, concita la envidia general, es un actor
bello y terrestre
que parte
guías telefónicas de Nueva York.
Cuando
hay hambre alrededor, cuando se detecta el hambre, docenas de caravanas abandonan
el pensamiento
colectivo
y se interesan, reparten trozos de pan, ávidas mermeladas, patatas calientes y
yogur. Distribuyen
píldoras
y otros poemas, te llevan la comida a domicilio, te recitan
una
ensaladilla rusa (si no te apuñalan con el tenedor).
El
Parque tiene conciencia y averigua: embosca aguadores en cada recodo, en cada
lúgubre sendero,
cada
máscara. Guarda memoria de los autos y las caídas de la luz, las sombras y los
extintores, investiga los mapas
profanos
que acotan su esqueleto de hierba, manifiesta su decoro en hogueras y
luminarias,
observatorios
y rocas como púlpitos, promontorios inéditos aún.
Arte es
lo que sobrevuela la naturalidad insulsa, el espíritu cobarde de la poesía, su
grandeza
bastarda;
¡a cualquier prosa le hacen el traje de Petrarca!; ah, los continuadores,
figurantes de una estirpe multitudinaria,
cortesía
del tradicionalismo contextual y la fontanería de raíces. En el portal, el
Ángel
articula
un posible abecedario para traducir el eco del mañana con el signo proteico de
la coyuntura; el golem
ha
arrancado un árbol sin querer, de la ventana abierta surge un claroscuro
musical, nada menos que el silencio de dios.
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