Una ventaja del Parque: no hay raíles.
Las locomotoras son suspiros que desentonan,
el paisaje excluye la robotización, la
maquinaria y la ferretería. También en la esquina de South Presa
donde descansan los autos y las
miradas se tuercen como rayos de luz. Mumu Fresh considera:
Ink pa ta, na wa ziu
na si na, ca co ze,
ma ya, ma ya,
le ciya ku wan na
na si na, ca co ze,
ma ya, ma ya,
le ciya ku wan na
Niños
que trepan volutas de ignorancia, genios que escapan de sus lámparas,
esclavos
del hierro; el tren es solo un ritmo ancestral, no apremiante, apenas un cuento
para asustar a los pequeños,
una rutina
más de la imaginación. Hubo, tal vez, un ferrocarril
subterráneo
que labraba la tierra con sus garras de acero, fosilizaba el terreno con azadas
turbias,
sacralizaba el campo con huesos de algodón.
Huesos,
hay, por todas partes, son el alimento preferido de la sombra, oh, plácido
sustento.
Pues Emily tiene una idea y la recompone en un papel cualquiera; Emily intuye
el sacrificio de los vagones
atestados,
el traqueteo del verbo que se agita en la boca. Ve a una mujer cualquiera y la
conquista con su letra
hipnótica,
su letra redonda como una catedral surcando el horizonte.
Catedral. Un Palacio de Cristal en
el desierto; tanto se adivina en la distancia
–que es
como decir se adivina en el pasado; vemos el pasado constructivo, catedralicio
de la realidad, su árida
anatomía
salvaje: a qué velocidad transita el espejismo, visita el claro abismo y al fin
se desmorona.
Sitio
para el Arte, por los flancos pesados de la naturaleza se malogran, se van
estropeando
las canciones, se escamotean las almas. La arboleda utiliza un sinnúmero de
variaciones Goldberg,
cubre un
espacio mayor que el universo, se desplaza a ritmo trascendente.
Ahora
llueve en la maceta del tiempo; ¡cuántas rosas despiertan!
Por la
telaraña rota del recuerdo aflora un controvertido instante de felicidad
(impronunciable).
El ritual acelera su estilo, la voz se atreve, ha visto un resplandor en la tirante pátina del viento; la piel
está en
el humo, yace como un cadáver en su cajón tan íntimo, cristaliza
en el
agua que deposita su lágrima prudente en cada pétalo oscuro.
El luto
aguarda, se arrepiente pero asoma su clamor de aguja, su naricita de pez
muerto. El
aire se ha enterrado en el pecho de una criatura y no quiere salir. Las puertas
se abren, el tren se ha detenido
y ha
detenido el mundo, cuando parta, el invierno entrará como un baño de fiebre,
arrolladoramente,
como irrumpen a veces la fatiga o el hambre.
Marina Morón, variación nº 1 |
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