relatos, apuntes literarios...

jueves, 22 de noviembre de 2018

siempre que llega el invierno


Una ventaja del Parque: no hay raíles. Las locomotoras son suspiros que desentonan,
el paisaje excluye la robotización, la maquinaria y la ferretería. También en la esquina de South Presa
donde descansan los autos y las miradas se tuercen como rayos de luz. Mumu Fresh considera:

                                          Ink pa ta, na wa ziu 
                                                         na si na, ca co ze, 
                                                         ma ya, ma ya, 
                                                         le ciya ku wan na 

Niños que trepan volutas de ignorancia, genios que escapan de sus lámparas,
esclavos del hierro; el tren es solo un ritmo ancestral, no apremiante, apenas un cuento para asustar a los pequeños,
una rutina más de la imaginación. Hubo, tal vez, un ferrocarril
subterráneo que labraba la tierra con sus garras de acero, fosilizaba el terreno con azadas
turbias, sacralizaba el campo con huesos de algodón.

Huesos, hay, por todas partes, son el alimento preferido de la sombra, oh, plácido
sustento. Pues Emily tiene una idea y la recompone en un papel cualquiera; Emily intuye el sacrificio de los vagones
atestados, el traqueteo del verbo que se agita en la boca. Ve a una mujer cualquiera y la conquista con su letra
hipnótica, su letra redonda como una catedral surcando el horizonte.

             Catedral. Un Palacio de Cristal en el desierto; tanto se adivina en la distancia
–que es como decir se adivina en el pasado; vemos el pasado constructivo, catedralicio de la realidad, su árida
anatomía salvaje: a qué velocidad transita el espejismo, visita el claro abismo y al fin se desmorona.

Sitio para el Arte, por los flancos pesados de la naturaleza se malogran, se van
estropeando las canciones, se escamotean las almas. La arboleda utiliza un sinnúmero de variaciones Goldberg,
cubre un espacio mayor que el universo, se desplaza a ritmo trascendente.

Ahora llueve en la maceta del tiempo; ¡cuántas rosas despiertan!
Por la telaraña rota del recuerdo aflora un controvertido instante de felicidad
(impronunciable). El ritual acelera su estilo, la voz se atreve, ha visto un resplandor en la tirante pátina del viento; la piel
está en el humo, yace como un cadáver en su cajón tan íntimo, cristaliza
en el agua que deposita su lágrima prudente en cada pétalo oscuro.

El luto aguarda, se arrepiente pero asoma su clamor de aguja, su naricita de pez
muerto. El aire se ha enterrado en el pecho de una criatura y no quiere salir. Las puertas se abren, el tren se ha detenido
y ha detenido el mundo, cuando parta, el invierno entrará como un baño de fiebre,
arrolladoramente, como irrumpen a veces la fatiga o el hambre.



Marina Morón, variación nº 1

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