El agua
está sola, y se conmueve. La armonía del agua es contagiosa,
fluye
entre sauces y piedras de un solo uso, entre cataratas de viento, silogismos
elementales. En el Parque
el agua
es un secreto diametralmente opuesto a la sustancia que facilita el recambio de
las estaciones.
Cuando
un coche pasa por la avenida principal del Parque –ese camino hondo–,
es que
no ha pasado, era un fantasma, un espectro surgido de la imaginación colectiva.
También pasan los aviones,
raudos y
veloces, apegados a sus estelas racionales, a su mantra y su física corriente,
pero son de mentira,
son
aviones de papel, cortinas de humo como en la guerra, son artefactos visuales,
solo que
han perdido su maquinaria por el camino, drones involuntarios.
Cuando
se debilitan los sentimientos y la vista se pierde en un horizonte apaciguado,
una completa nimiedad
puede
acabar en un instante decisivo, sucesivo, inteligente, puede acabar siendo
vital.
Tres cruces se suponen, se suceden, una por cada ladrón; esta es la religión de
la naturaleza,
la
homilía del cuervo, el sanctasanctórum de la ideología y el procedimiento, la
realidad del trámite innecesario.
Hay un
protagonismo excesivo, pero no se sabe de quién: habrá que denunciarlo. El
periódico de la mañana
trae
noticias intocables, suertes infumables, oligopolios contables e interactivos
que son cárteles de opinión,
artes
aplicadas: conversaciones con uno mismo frente al espejo traumático de la
presunción de inocencia.
Esta
flor ha eclosionado lo suficiente, sirve para parar un tren de madrugada, un
alba,
una bala
doméstica, vale su peso en sangre azul, en plomo y emoción.
El agua inyecta
su sensatez de fuego, un alma en equilibrio, su brío; es que tiene una misión
que no es del agrado del arte,
que no
atrae a la fortaleza del lenguaje (ni sus consecuencias formales). El río
frunce el ceño y es
todo un
personaje de novela; que el río sangra un río de viejas
postales,
sangra y renueva la sintaxis de su campo de sentido, es tan realista, tan
variable; la retórica
existe
para anunciar el mundo como si fuera un falso mercado de ilusiones… ¡Espera…!
Grant Wood |
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