Hacia la
libertad, donde haya un pájaro, una brizna de hierba,
un
verso. El tiempo está templado, ha sobrevivido a una matanza, pero sigue
muriendo,
sigue escribiendo en alto, con mano firme, mente turbulenta.
(Solo) aquello
que no es real avanza inexorable, es decir: el futuro. Avanza inexorable-
mente,
desenfunda más rápido que nadie, se triplica en un instante de gracia tan
palpable como una mandarina,
tan
extático como una mariposa; la interioridad del mundo es residual, ha alcanzado
esa propiedad
sin
importancia.
Los chicos
replican el ritual de la Historia, faltos de imaginación. Están muriendo de dos
en dos, van
entregando
la sangre, las lágrimas, las notas tomadas de la vida misma,
una vida
civil, civilizada, ausente.
Hacia la
libertad, un pájaro contrito, aunado a esta cualidad humana tan poco
perfectible,
metafórica. El mundo era un lugar estimulante hasta que aparecieron los
milagros,
los
profetas y su impronta subterránea, sus dos metros bajo tierra, la Luna que
traían en los ojos, la tierra
que
traían en las uñas, la sonrisa del lobo.
Traían
una longitud rabiosa, un aparcamiento para todos, una profunda sobriedad.
Traían
el alma
de su generación hincada en una pica formidable, homérica; dejaban transcurrir
la memoria,
sin
auriculares ni provisiones de humo.
Gélido
el tiempo, gélidamente se desnuda de sí, hace un aparatoso mutis, infringe sus
reglas, sus regalos,
hace
marcas en la calle para que salten los gatos, para que la luz no pierda la
compostura en el aire
y la
sombra no crea que ha nacido al silencio como un poeta
muerto o
una mirada vacía.
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