En la
estantería, escuece la obra, justifica su jurisprudencia prospectiva:
aleluya.
Bálsamo para almas deterioradas, la obra incide y reincide, doppelgänger, arma de
cuatro filos;
en el armario póstumo de Filifor aprende (de) todas
las penalidades, contraataca a sus enemigos
clásicos.
Ya que la obra describe –pura retórica– instancias
superiores de la animación,
inquietudes muy humanas y supernumerarias, cuasi holográficas,
desmonta la noción del equilibrio narrativo y la sustituye
por un desequilibrio argumental al gusto de la
nomenclatura. Ya que la obra
rescribe la historia de la nación con trazo débil,
finamente
inflamado de acontecimientos.
Sucede que la vida es un recordatorio, se pasa por
un filtro de tristeza,
opera con altos pensamientos, imágenes, no con
relaciones (que apenas cuentan). La esfera de los hechos
alardea de su exactitud pero siquiera refleja un
mínimo porcentaje del círculo
poético, los hechos no responden a verdad alguna,
solo son.
Entonces, el discurso creativo debe retornar a la
idea, ha de retomar la idea,
focalizarse en la antítesis del relato, funcionar
sin referencias, atento únicamente a la fidelidad de lo imposible, el texto
irresponsable, la eterna cualidad del arte (es la
intuición).
Críticos habrá, escritores y documentalistas, gente
instruida. Habrá
poetas geniales que rubricarán sus obras con
endecasílabos de postre y de postín. En los escaparates
de las librerías los volúmenes serán amontonados con
ilusoria eficacia, sus colorines
verán la luz de la mañana constante del entendimiento
y sus títulos perderán la esperanza.
Oh, dulce aire que conmueve; necesitamos la
radiografía de un niño, el esqueleto
formal de una parturienta, el débil fémur de una
anciana. Escanearemos el cerebro de la noche y, así,
saciaremos nuestra sed de alegoría. Ya que la obra
describe una pasión, la cadena de la suerte, escena
tras escena, y la vida es otra cosa, aunque sea tan terrible
como la muerte en el recuerdo.
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