Preferimos a Niza porque… preferimos amar? Emily ha mirado
lejos
(es un fantasma), recorre las galerías del aire,
corredores galácticos, insomnes
pasadizos donde retumba la locuacidad del espacio…
Alguien prueba un chiste fácil y el universo
flojea, se desarma y ralentiza. Es porque sus ojos
son tan oscuros como una toma de corriente, como un brote
de sándalo, como una doble sesión de medianoche.
Preferimos a Niza pero escogemos a Em, que anida
en Nueva York y recorre
los tenues pasajes del parque central (que no es el Parque,
todavía no), asilvestradas
sendas entre dos paraísos terrenales, entre dos
firmas
comerciales, entre dos naciones, dos idiomas, dos
almas.
Atentos: la principal ocupación de la familia es
defraudar,
es defraudarse, hacerse cruces y negar la soledad de
sus miembros a punta de pistola. La frustración
cabalga por el árbol genealógico, trepa como un
chimpancé de manos tristes, rama
a rama debilita el parentesco hasta el tercer grado
de la infamia,
se come las rosas con apetito demente.
Solo el poema oculta su preferencia, no deja
traslucir su gremio, evacúa las líneas
enemigas, difunde una mayoría de palabras secas, se
atrinchera en un corralito de nubes. Solo el poema
funde la saga en una tormenta selectiva, atribuye su
falta de atributos a una malformación
estética, horroriza a los niños con tanta
melancolía.
Ahora nos apresuramos entre dos fuentes hermanas,
una más fresca; pero ella no necesita interpretar el
legado, su arte se ensaya frente al espejo del alba,
su cautelosa figura asoma en una orla inmortal, distante
de las ávidas lenguas de los ángeles,
orgullosa de su aroma y su literatura. Oh, Niza
incrédula,
favorita del Verbo, ahijada de la Luna, secreta
amante, tus ojos son dos monedas de plata en el vacío,
el deseo que ajusta la belleza del mundo.
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