el hotel de las sábanas benditas
Llegamos al extremo donde la sorda rima del deseo
se inmola en un altar de obscenidades,
un hotel donde las mantas no pican
ni hace frío los domingos.
Solos con nuestras pírricas coincidencias
Tras una mano de lluvia,
late la fe de los pronombres, su eterna propiedad
privada: un pedazo de tierra
removida a destiempo,
queda una estela de pequeños rosales,
parábolas inscritas en el aire abatido.
El ayer
era un espacio permanente. Hoy venimos a ver
qué ha sido de nosotros.
emily
Viento de cola,
marcial, su retaguardia. Ese modo antiguo de
esclarecerse,
esa conciliación.
Nadie pretende, nadie sabe cómo (era),
lo que escondían aquellas tardes de verano
infinitas: cuando el cielo parecía un espejo
empañado y pesaban las manos
como vides colmadas, azadas, hoces
vertiginosas.
Cualquier flor, en el recuerdo,
es un pájaro. Y las hojas del árbol, siquiera frases
hechas para el sacrificio.
Ella ha muerto (en secreto); su canción,
de absoluto relieve, finge un egoísmo culpable,
demasiada clemencia, lleva
demasiado futuro cosido al corazón.
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