Tal vez Chaasadahyah haya sustituido a Jordan, tal
vez
haya definido su ausencia. Quizás un encuentro
desalmado, un roce de metales, destello de la imaginación.
La editorial fantasea con un lugar sinérgico donde
complementar su ración de pretextos
felibres, donde calibrar la elocuencia de una
generación autista. Chaasadahyah pertenece a su nombre poderoso,
procede de una razzia sostenida en el tiempo, de un
pogromo inmisericorde programado
por gente vestida para la ocasión.
Pasillos intermitentes, es decir, interminables,
poemas intermitentes, es decir.
Versos que amedrentan y espantan a la vociferante
multitud, que crujen como cruasanes léxicos,
como hojaldres extraídos de un mantecado locuaz,
versos como enfermedades
venéreas, renglones de ojos vítreos, labios
asustados.
En el café, los monjes piden limosna sin levantar la
voz, los pobres no. Un mendigo fuma la picadura colectiva,
farfulla una oración monoteísta, dibuja un monigote
espiritual. Es una recreación,
el holograma favorito de las chicas, un lugar para
pasar el rato sin radiactividad. J. y Ch. orbitan, mejor dicho, habitan un
apartado
explosivo: el Ángel al piano, alguien parecido a
Questlove vapuleando una batería
descargada. La luz te la figuras, ¡pues habrá que
figurársela!, habrá que planteársela como un problema
endemoniado, un proceso de paz, una geometría reluctante.
Tantas madrugadas han realzado la partitura de
oriente, han oscurecido el mapa
nevado de la aurora, han desamparado el horizonte.
Entre las ruinas de un monasterio, sobre los restos de una vieja historia
plagada de digresiones correosas y nubes de álgebra
perfecta, el camino serpentea,
se desvive como si condujera hacia una gran ciudad.
Pero nadie en los balcones, nadie en esa calle que
despega de un pozo de inocencia y aterriza en las inmediaciones de una casa
real,
nadie en la meticulosa soledad de la baranda, nadie
asomado al eterno
manantial del sueño. Tal vez una nota perdida
verificando el ciclo virtuoso de la encarnación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario