Hace tiempo que Azealia no se asoma al universo, no
se deja ser;
puede que su cabello haya sufrido una metamorfosis y
ya no sea aquella cuerda cósmica de color infinito, que sus piernas
hayan culminado la escalada, se descrucen y se abracen,
que sus manos hayan ceñido
otra corona, otra diadema, recibido otro lauro
inexplicable.
El
universo escala posiciones en la tabla de las cosas
importantes; es un coto cerrado donde ocurren
acontecimientos a lo grande.
Los acontecimientos se parecen como hermanos
siameses en el universo; la poesía, por fuerza,
algo tendrá que ver en esa cruzada monoteísta de los
objetos
experimentales y sus felices dominios.
¡Oh! Sea que AZ aflore por fin su trenza colegial,
la amplitud de su agnóstica deriva,
su mala leche atómica, su laboriosa
autenticidad. El universo procede, continúa
extinguiéndose a la velocidad del pensamiento lógico –es decir,
muy despacio. Puedes tomarte una cerveza y el
universo sigue enfrascado
en su película muda, puedes irte al cine y nada,
puedes irte y nada, te puedes morir (es la verdad),
y el universo.
¡Socorro! (help!). La belleza es una experiencia
poética, es más, es una incidencia
platónica que no encuentra correlato en la farsa
cotidiana. En qué campo de sentido se manifiesta, es
más ¿en qué campo de sentido se manifiesta?, nutritiva
como una crítica a favor de obra.
El poeta se inventó a Azealia y ella fue a cantarle
las cuarenta: tuvo que rectificar. Sucede que AZ es el cuentakilómetros
de la realidad. Pues existe un ámbito objetual
expresamente delineado para su disfrute expansivo,
repleto de sumas considerables,
inocencia low-cost, lonchas de embutido de primera
calidad, corazas automáticas como la de el hombre de hierro.
Estamos en esa fase del desarrollo cósmico que nadie
había previsto,
ni siquiera el primogénito de dios.
Hace tiempo que Azealia funde las postales,
corroe las almas de los justos con su impureza
gamberra y su proselitismo. Pertenece a la élite del Parque, la crème de la
Avenida,
su séquito oscurece el despliegue de las bandas
masivas de Nueva Orleans,
su palabra es un Ángel metido en la garganta, su
sonrisa, la hipérbole del ansia de vivir.
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