Huele a basura, el Arte se pudre en los museos;
hongos en los lienzos, el moho que
rubrica las obras maestras de un verde imperialista.
La gran crítica ordinaria ha desautorizado a Destiny. La gran crítica
autorizada ha minusvalorado, ha deformado la forma
casta y voluptuosa, tímida pero acostumbrada a las
salas vacías del Hermitage, los jardines de las Tullerías,
las bóvedas del Palacio Real.
D. ha subrayado su nombre y es un poema
extraordinario. A veces escribe en su despacho
oval, una estancia con vistas al espejo. Destiny
acostumbrada a alternar con la realeza, inventora de
la guillotina y el graznido del cuervo. En cetrería, hay un halcón
que se desliza sobre el antebrazo cálido del Ángel.
Alguien debe saber, alguien ha de conocer la
epistemología,
el trazado genético, la carga espiritual de los
seres alados (la jerarquía convoca concursos de promoción
eterna). Si ha derramado un verso paradójico, de
orden administrativo (en consonancia),
consonante. O ha recorrido el silencio
tras un cencerro de oro, una campana herida en mitad
del toque de difuntos.
En medio de una pieza escayolada, destaca la
seriedad de las frases, la serenidad del día a día, el abrazo
psicótico de la realidad. El don está masificado, lo
tienen los millennials y los acomodadores,
los firmantes de un manifiesto introspectivo,
también los autores de notas marginales.
Por el olor se sabe dónde radica la putrefacción o
el cadavérico alcance del ingenio, ese afán por compartir,
esa necesidad de aclamación disfrazada de portada de
revista, anuncio por palabras,
de libro. Destiny ha escrito el libro de su amor
cortés, el que no desafina, no cae
mal a los padres, se comporta. Los versos se le
acumulan en el capítulo primero con una sórdida ración de protagonismo, una
sensación
agraz de pertenencia y asiento. Ella tiene el
usufructo del deseo (es tan bella), defiende
la pereza, confía en su secreto, acata el criterio
moral de la familia.
'Float Woman', Marcos Guinoza |
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