No es aburrimiento, no
existe
ese pinchazo ritual; en
el Parque las noticias se debilitan y caen muertas
como balas de granizo.
No existe esa literatura de las buenas intenciones
y las cosas que hacer.
Las cosas por hacer, desparramadas
en su vertedero después de la tormenta, en el patio
trasero donde crece a su
antojo la mala hierba y el humo se traga los modales. Siempre
algo en el aire,
inacabado, a saber:
desmontar el andamio
usar un nivel de rasgos homicidas
dominar el arte
trepar a una montaña de vapor
Se busca un elemento
arquitectónico: buscar un elemento arquitectónico y decorarlo con una mirada
extractiva,
observar la metodología
de las tentaciones, el puzle
sísmico de la
indiferencia.
Los milagros siempre por
venir,
son el
porvenir, vienen contando una historia parecida al otoño (cada otoño),
el vacío donde escarbar
los límites del ritmo. Pero ella viste de ojos y fulares, zapatillas de vestir
–las converse que le dan
conversación–, los estragos de una vida
sedentaria en el motel.
Nadie se aburre con el
ruido abrasivo, antimelódico del cadillac más puro de la red,
nadie desea otra voz
horneando las horas.
La Luna se ha quejado de
lo lindo. Las chicas se han quedado con un cuarto
creciente y moldean el
barro de la noche con sus gestos
milimétricos, aspiran a
otra velocidad, sin respirar recitan sus líneas de infarto; sus planes de
futuro
se torcieron ayer.
Andreas Heumann |
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