Una vida en la
literatura para no saber cómo
[apiolar, engrasar,
ajardinar, apadrinar, rellenar los colores sin pasarse de la raya]
inventarse un libro, sea
un libro raso y sin condecoraciones.
Bien entendido que un
libro consta de: páginas
y páginas finales.
Entre medias, entre
líneas, omnipresentes como dioses de regalo,
van los formalismos.
Que la literatura es
forma lo saben hasta las personas jurídicas que no pagan sus impuestos
(lo sabían). Para
triunfar se necesita una mitología serena y ocurrente:
de Isla Crimea al Parque
inmaterial y su Avenida completa hay un ancho espíritu
finisecular, una
fantasmagoría de incalculables proporciones líricas y un error de estilo con
sus afluentes.
Tenemos la valla pintada
de amarillo por Jim Crow y sus secuaces bíblicos, tenemos el Pasaje y sus
insolaciones, los juegos reunidos Ender, la meritocracia de Emily D.
Apilando nombres famosos
al azar, concretando la fama y los remiendos
intestinos de la
escritura audaz, el ansia de la publicación y su arrastramiento subsiguiente
(editorial). El autor
disminuye una vez
publicada la obra, pasa a segundo plano y se convierte
en corredor de apuestas,
minorista, buhonero y corresponsal (pero eso ya lo saben –lo sabían–
hasta las personas
físicas, netas contribuyentes).
Destiny
Tenemos Ángeles y
pequeños seres rematadamente alados, mosquitas muertas (en argot).
Destiny fantasea (tu quoque…) con una idea esponjosa y
trivial,
el argumento decisivo,
una sobreactuación sobre todo el universo y su extrarradio
multidimensional, un
compadreo
semiautomático con
personajes de última generación, sui géneris (del Génesis),
y chicas malas.
¡Pues cómo se da brillo
cuando las cosas se tuercen! y deja a la gente sin máquinas del millón.
Está leyendo un libro y
ya subraya las páginas finales
llenas de formalismos y
coyunturas exóticas, estructuras de ficción
y marrullerías léxicas,
fingimientos y saudade.
Página final
Una vida sin propósito
de la enmienda,
en el fango de la
autorización y sus movimientos tectónicos hacia la mansedumbre, sin auténticos
rasgos realistas,
aupados en la vileza sorda del teatro pobre,
nouveau riche de una poesía despojada de su eterna palabra.
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