Qué alta misión delicada
como un orbe, como un plato de sopa de estrellas o una taza de té.
No se manifiesta en el
corpus unánime de la plaga
literaria, ni en Quevedo
ni en Shakespeare (ni en Janelle
y su logo orientativo).
Ni ha salido a relucir en los mentideros del apocalipsis.
Fuera del mundo hay otro
que no existe (y ya son dos); desde ahí, de aquel vacío incorpóreo,
llega el pequeño ángel
con su manual de instrucciones, su cuerpo y su motricidad,
su instantáneo deseo y
sus propiedades adultas.
Sus propiedades empiezan
por un campo abierto, hay un campo solo para ella, donde
ella es capaz. Suele
haber también un fondo musical
que es un cheque sin fondos
musicales, sin referentes ni un buen batería de jazz. Confirmado: en cada
nuevo planeta hay unos
Beatles dispuestos a merendarse cien discos de platino (y sin ácido de Owsley);
Destiny® lo sabe, es
parte de su bagaje intelectual.
Por tanto, no cree en la
literatura, que no es un aliado
fiable, ni en el haiku,
que no es (más que una montaña nevada y una mariposa en la cumbre).
Desconfía de su origen,
no apela a la divinidad
ni se cartea con el
infinito (aunque una vez vio el infinito en el cine de verano,
y no le gustó).
Esto significa un
movimiento o un campo escalar (por ahí vamos mal). Es un derrotero,
camino, vía muerta (por
ahí llegaremos al comienzo). Comienza
con un movimiento
errático y una contracción de los músculos propios del cora-zón;
perderse es imprescindible.
Janelle quiso atraparlo,
Quevedo lo enterró, Shakespeare sabía
demasiado. Ahora es su responsabilidad, el encargo del
sicariato y sus genes invisibles,
ah, tendrá que emplear
su don de mentes, su irascibilidad, su espíritu
sano y su cornucopia
americana. Será por escrito, un génesis actualizado. Será un poema
prorrateado por las
musas, un prólogo en vanos actos; se dará
cuenta de desperfectos y
combinaciones. Alta misión, delicada
como un secreto a voces.
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