Ahora el poema se
escribe solo, no desentona con nadie,
sometido a una ínfima
presión, su resiliencia a motor, como un blindado chino
transportando cabezas
nucleares por la plaza del pueblo un primero de octubre,
como una soldado
alineada en pleno desfile con todos los planetas
de la tríada.
(Ah, la soldado es bella
y estatuaria, recuerda un poco a los seres
mitológicos: es un ser
estratégico, sin embargo.)
El poema no desfila, le
falta marcialidad, pompa y forcejeo, su lírica
atenta contra la
efemérides y el homenaje –no contra el homenaje heroinómano– y la presentación
ante los medios naturales.
Su terrorismo es
apócrifo, es una lucha
callejera sin martes por la noche ni barriles de brent.
Verso: se escribe a favor
de obra. El verso se escribe con la mano
izquierda para que
parezca que es del enemigo, que es de otro color; a eso lo llaman
cambiar de registro (también
onanismo inspiracional).
Si refrescaran su
conocimiento de la ferocidad del Ángel, su motivo
histórico, si
entendiesen la lógica del polvo durante una carga de caballería, ese descenso
rutilante hacia la
tierra, ese misil con el rostro de Ernesto Guevara en el costado (perdón, quise decir Che Guevara),
si un ovni como la
guitarra de Woody Guthrie revisara al alza el precio del futuro.
Formidables aparatos,
aparatosas firmas (Acme,
Cambell o Neslé). Conjurados todos
con la prosa,
enturbiando el decisivo fallo del jurado, la punción confesional dictada en
arte
menor, el ditirambo que
se queda corto. Ahora el poema finaliza
entre estertores y
gaitas, es un arlequín tan desarlequinado
que da miedo afinarlo en
la memoria.
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