Una maniobra tradicional
bajo la música del siglo veintiuno,
Lava La Rue, tal que.
Con buena Letra, buen esparadrapo; la justicia llega tarde
al escenario del crimen,
los versos llegan tarde al centenario,
jóvenes todavía
e inciertos, delegados
de una rabia en trámite de extradición.
La botadura del barco es
la botadura del verso, y ya se va
cableando dignamente. La
maestra dice: no lo entiendo; pero
esto no es una oposición del estado,
no hay exámenes
parciales, o vales
o te esfumas.
Si ves un prado extenso,
de una infinitud marciana (pero verde) y escuchas el traqueteo
infame, la dispersión y
el sonido maquiavélico del aire succionado,
alanceado por un millar
de ondas vigorosas. Entras en clase
y los alumnos salen en
tropel
recitando una maraña de
inseguridades.
Si el tren se aleja
manejando el tiempo
con impericia y el humo
compadrea con la naturaleza del vértigo, es que necesitas un ángel,
alguien, una moneda, un
vaso de ginebra, un beat robado en radio nacional.
Paisaje y premonición,
gente rasta dirimiendo sus cuitas entre humaredas de espuma
contagiosa, patios
rectangulares por donde
pasear con las manos a
la espalda, armado de planes
románticos o al mando de
una convención literaria: cualquier sueño que no haya sucedido de verdad.
Transitar un rápido de
nubes
con alas prestadas, alas
de combate, rodeado de drones victoriosos y ángeles
sin pasaporte. La tierra
se va por el sumidero de la tierra; si ves a Destiny®, se confundió de piso
(era un cuarto sin
ascensor); iba escuchando al genio de portada,
iba con las dos manos
llenas de canciones y el mar se curvaba
frente a su corazón tan
lleno, y el mar anclaba su corazón
tan puro a las
estrellas.
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