Trae mala suerte mirar un tren que se aleja
(Elizabeth
Bowen)
Estamos haciendo el arte
juntos
entre muchos artistas,
pero la belleza se hace sola
como un grano de café.
Hay una literatura de
adorno que crece y se desenrolla, fulge y procede,
arrasa con la espontánea
ambigüedad de los adjetivos truncos, viene para quedarse
con las personas. Hay
una literatura
suave, frívola y
destinada al éxito de sus personajes, el concilio de la lengua y el hueco de la
lengua,
el silencio que sabe a
terciopelo en la garganta.
La mala suerte
fue mirar el tren que se
alejaba, porque era un tren del futuro. Con qué solemnidad
se fueron las
apariencias primero, luego la realidad, luego el crisol de lo real, la fuente
luminosa que arreciaba
en las letras como un mar
desatado. Y el poema se
fue
porque venía ella para
quedarse con la gente.
Desde el momento en que
la verdad es ajena al discurso
que trata de
representarla, en que la gramática no crea el sentido de la vida, ni el
lenguaje
promete otra cosa
distinta del mensaje, de la voz, que es solo aire en movimiento,
solo materia
desenrollándose en el aire.
Juntos por el mundo; el
tren silba en la lejanía,
dibuja un cuadro
apacible en el que siempre amanece, siempre aparece
la luna dejándose
querer.
Y luego los ojos se te
van detrás del silencio, el oxígeno
te falta en los
pulmones, la realidad se funde en un estereotipo, una melodía
crónica que no tiene
remedio, como un grano infectado de pus el día de la boda, un alma infectada de
luz
la mañana radiante de tu
entierro.
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