Hay un paralelismo entre
forma y espíritu, no porque partan de la misma esencia
o del mismo dibujo
geométrico (ella se mira en el espejo y le ciega una luz, una estrella de
nombre
impertinente).
Recorre las calles enceladas,
a veces lleva el paso, corta el aire,
agita las manos como si
fuera. Un ángel ha caído como si fuera lluvia, del cielo se ha desprendido una
piedra
dura, atenta. Autos que
fingen una velocidad
extraoficial, un romanticismo
incombustible. Ahora la comida está en la mesa
–fuera, la lluvia–, maná,
espagueti tan tierno, alas de mariposa.
El ángel ha caído y se
incorpora sobre su negritud, su apariencia
cosmética, cósmica,
extrañamente noir; es negra y lleva planetas en el pelo, estrellas fijas en la
mirada
rota: qué resplandor de
nombre
improfanable.
She’s grateful, vibra,
asciende. El barrio
se acomoda a su aliento encendido;
pues libra una batalla contra el lenguaje y la fraseología,
contra la felicidad. Su
lengua pega un salto, acontece fuera de la lengua,
fuera del tiempo. Fuera
de su boca el sonido progresa
hacia la forma.
No es que no exista un
paralelismo
entre genio y estilo.
Ella se mira en el turbio escaparate, en el portal sin número,
en la charca frente al
número siguiente, y su imagen se abate, lluvia impenetrable, balcón,
falsa poética, apenas
sobrio esfuerzo sobre-azul.
El barrio se ha movido
de lugar; ahora ocupa un puesto en la otra vida,
luce exhausto y
deprimido, sucio y palpitante. Autos que acarrean su lastre de nobleza, su acústica
imperial, su Habana
pura. Destiny® extranjera en el silencio, ciudadana de una novela rusa,
de una novela rosa y pertinente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario