Es impresionante. La
Raggamuffin siente la potencia del verbo,
la fuerza de ir descalza
sobre la tierra profunda, la extraordinaria soledad de la hierba, el destello
atómico del cinc. Y así
su voz
concentra un impacto de
eones, eras y silencios
formulados más allá de
nuestra vigilancia, más allá
de la historia.
Es impresionante. La
raíz no se cuestiona, busca el agua de la vida,
pacientemente. Hoy ha
llovido, no piedras, como ayer, no el granizo que amustia
las sienes y los besos y
emborrona los versos
con series decisivas y
cuestiones reales, que destroza la prosa con errores de estilo,
era una lluvia tan fina
como un diluvio de viaje, como una incesante relación de pertenencias,
un villancico fuera de
temporada.
Mikayla ha
comenzado a ejercer su privilegio: la renuncia maestra;
ha puesto coto al
infortunio y los días de trámite, ha contemplado la sombra que atraviesa el
espejo y forja
imperios separados por haces
maternales. Es tan digna que deshoja
margaritas con la mente,
ama con el viento de cara,
tan curiosa que silba
una canción de cuna en la memoria.
Impresiona tanto no
verla acaparando el sueño, desconocerla en las volutas
humildes de la
ensoñación, añorarla en la imagen que el incendio construye a golpe de inocencia.
Nadie que la recuerde arañando el asfalto en las noches
de Harlem, brotando como un ramo entre las tejas
o esperando el invierno con la mano en el pecho.
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