Es una extensión de conocimiento, cerca está la hierba
pálida, cerca, el humo irrepetible, el humo asmático de
los autos de choque,
al lado, un color que se complica, el verdín
hiperbolico del Parque con sus sombras color CO2,
sombras en 3D,
con tabique nasal, en carne viva.
Por esta rodaja intemporal recién cortada
de la eternidad transita RgM, siempre cerca de algún
remanso, de Walden o de un rectángulo de césped,
junto al retumbar de las campanas (esto que viene de
lejos, que viene de arriba); aquí
juegan los Ángeles, aquí bromean,
te salpican de sangre.
Son tan hermosas que nadie las ve, seres
ausentes. No salen en la foto de familia, se burlan de la
tecnología, abren
puertas místicas, cierran los ojos. Su materia es la del
sueño que persiste –infructuoso sueño–, su materia
es onírica y mental, es un green
desmesurado, una pradera en suspenso, otro fenómeno
atmosférico; su palabra
es un espejo hostil.
Acuden a ponernos la vacuna de la luz. A explicarnos la
sombra que nos guarda, ese yacimiento
inhabitable donde moran, ese cielo que retruena
con la voz de tres mil amaneceres.
Hora de comer: éste es su cuerpo. Hay una lejanía en apariencia,
como un reflejo triste. Ellas en su probador de almas, en
el club
de los poetas rezagados, los que vienen con prospecto y
manual de estaciones; el delicado
fantasma de Emilie rozando los pasillos con sus pies
intactos, con su ajuar, su camita y su cuaderno de baile.
Esta es la felicidad: una sombra
sin alma y un manojo de hierba
entre los labios.
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