Tu sombra y tú cogidas de la mano,
formando una pareja de Damas enfrascadas
en sus remordimientos, sus trifulcas sonadas,
sus ciertamente sórdidas lecturas de verano.
Hay demasiado aire para tan poco vuelo,
hay poca poesía y mucha labia,
poca pesca de altura y mucho anzuelo.
Tú naces donde beben las mujeres,
eres la sana fuente de Afrodita;
naces donde la sed te necesita,
mueres cerca del mar, donde no mueres.
Tu sombra es una flor de claro movimiento,
de extremidades rubias,
labios sellados por desiertas lluvias,
pétalos fascinados por el viento.
Pereces en la huella de la noche despierta,
dejas de respirar y te desplomas
con un revuelo insomne de palomas,
como una religión a ciencia cierta.
Pero a cada momento, como al azar, revives,
secreta Redentora de las Artes,
y entre un millón de almas te repartes
y en todas, torrencial, te reescribes.
Tu sombra verdadera,
la que contiene el Mundo que no existe
y el otro que hay afuera,
al que punto por punto te opusiste.
Qué admirable deceso, qué meritoria muerte:
cogida de la mano de tu perpetua sombra,
bajo el mármol frontal que te renombra
con el vigor de su palabra inerte.
Por qué tan poca carne y tanto hueso,
tanta tierra quemada;
qué cuerpo desprendido de su exceso,
qué tierra insatisfecha y desterrada.
Hay demasiada luz para tu sombra errante,
cuánto silencio en el mejor poema,
cuánta llama inmortal que al fin no quema.
Hay demasiada luz… y no es bastante.
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