1
Ceñida al suave molde de la nieve,
eco doliente de la voz del rayo,
en su perpetuo abril, alba de mayo,
tizón de luna de inmortal relieve.
damas ofrecen su feliz desmayo,
allá vuela la rosa sin su tallo,
el alma sin la voz que la conmueve.
Allá los altos genios de la noche
piden clemencia al corazón del fuego,
la nieve es un caudal que se evapora.
No hay nada que la nada no derroche,
nada es la muerte, sino desapego,
eco de aquella voz conmovedora.
2
Muerta para los hombres, dedicada
a la reconstrucción del infinito;
bajo la fósil bóveda del mito,
como un saber proscrito, preservada.
Viva para acudir a la llamada
de la cruda montaña de granito
que llama al horizonte a voz en grito
y al cielo con la voz entrecortada.
Una música interna y fortuita
enlaza con sus párpados, recita
su letanía de alborada incierta.
Viva para la luz que se demora
en inflamar el pecho de la aurora,
para los ojos de los hombres, muerta.
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