Nos
âmes se parlaient à deux mille ans
Dans
une langue que personne ne comprend*
(Pomme)
Esa obsesión de los franceses con la muerte. No tenemos arreglo,
solo miedo. La soledad se le parece un poco, un estado
intermedio, intermitente, por ejemplo entre la multitud,
por ejemplo en un estadio abarrotado,
entre el gentío que colorea las aceras, una entre un
millón.
El Ángel es una entre un millón, su contoneo tiene algo
de esperpéntico para los mortales,
algo demasiado coherente, una elegancia aritmética,
práctica como un manual de buenas intenciones, un matiz
llamativo.
Llaman a la puerta y siempre es la policía
que pregunta por la noche anterior, por la noche de autos,
dónde estuvo usted a las tres de la mañana:
tomando el té. Llaman a la puerta y es un efecto
llamada que te pone los pelos de punta.
Sabemos que toda muerte es natural, pero no es preciso
acelerar los trámites del procedimiento ordinario; la
melancolía ya hace su trabajo, y suena
la hermosa voz de Pomme acompañada por su arpa contenida,
su guitarra espacial,
su francés lyonnais
y formidable (y su extraña obsesión).
Los ángeles dijeron que no podían morir aunque lo
deseasen con la fuerza
incalculable de los que van a morir, aunque saludasen con
firmeza a su verdugo. A ver si los dioses
van a desear la muerte ahora, después de haber
soñado toda esta guerra santa, este exilio aplastante.
Oh, petite pomme,
tan exigente, autónoma y radical. Su pequeña manía
con los ojos desorbitados, su boca de manzana que paladea
despacio la palabra es-que-le-to,
la calavera que sobresale de la hierba mal cortada, que
está como escondida quizás y ha permanecido
así de quieta durante una eternidad insuficiente.
Ah, esta obsesión nuestra con la vida, esta terquedad
respiratoria, esta inflamación
de las posibilidades, esta contumacia nuestra
tan ajena y tan propia de los pobres de espíritu.
* Nuestras almas se
hablaron hace dos mil años
en un idioma que
nadie entiende.
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