Ángel con nombre y apellidos,
tan indecoroso, propio de un alegato
pordiosero, expresado con esa voz golondrinesca de los
predicadores novatos. Vicarios,
como el porvenir.
Todo tiempo ha pasado. El futuro es un pasado in péctore,
en prácticas, vicario o becario. El pasado tampoco nos pertenece,
es un tiempo muerto.
Refocilarse, acoplarse, retenerse y estallar como una
supernova
es difícil. El Ángel ha reproducido
actitudes humanas, se ha licenciado en persecuciones, en
desinencias, en genealogía (nada genital).
Dicen que el Ángel firma los documentos Destiny®
–la ® es como la L del carnet de conducir
(almas). Es quien ocupa el pescante de la diligencia y
escapa a toda máquina de los forajidos,
es el forajido Watson pleiteando
con su testamento, eligiendo una muerte dulce.
Suburbial, sensacional, la homilía de hoy ha sido Altisonante;
salían muchos hombres sabios, mujeres eruditas, salían
parejas
bíblicas, jesuíticas, algo indecoroso con nombre y
apellidos, migas del Génesis y su beatitud
forzosa.
Decir siempre
es decir la mitad de la mitad, es confesar bien poco, concluir
por lo bajinis, suspender la credulidad de la materia,
o tomar los hábitos malsanos de la libertad.
En la esquina del Parque –siquiera un fulgor real de la
Avenida, uno de los suyos–,
el Ángel insinúa, endosa, golondrinea su mercancía –santa
vicodina–, su verecunda palabra
atea. Ha difundido la verdad y apenas la escuchaban, apenas
alguien
en su sano juicio.
Solo una muchacha corriente (señor juez, algo sumamente
extraordinario),
solo una persona en sus cabales, un accidente temporal,
testigo de cargo de la creación.
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