Quien no mató una mosca, yace muerto,
pero no lo mataron los adversarios de las moscas, sino
los de los hombres.
Pintura amarilla para llenar las calles,
pintura para pintar las vallas de amarillo ceniza,
los árboles.
El Ángel distribuye arándanos frescos, bayas
multicolores, algunas prebendas,
drogas fuertes como el peyote, ligeras como el humo del
hachís. El Ángel ha construido
un mundo detrás de la casa del padre, una serie de
extensiones
radiales, una concatenación de habitaciones enormes,
plazas de garaje, jardines prohibidos, atlas mágicos,
rocas artísticamente derramadas, aparcamientos,
casas altas como bosques, casas verdes como la hierba, casas
soñadas.
El sueño es producto de una hemorragia
verbal; ríos de sangre, hormigas cautelosas, gente que
muere en la calle como si nada,
como si expirar fuese un derecho inalienable
y no una clamorosa maldición. De hecho, el reloj sabe lo
que cuenta: cuenta las horas de trabajo, los billetes,
pierde la cuenta de los corazones.
Quien no mató una mosca, yace muerto, parece
aletargado, parece muerto; dejó de respirar hace un
instante. Oh, tenía miedo de morir,
no fue un héroe ni un cobarde, solo un hombre.
Pero el Ángel no comprende esta reciprocidad, este estilo
ansioso de las relaciones humanas. Incluso uno como
Destiny®, tan milagrosamente humano,
no acaba de entender la soledad, no acaba de completar
su vuelta al mundo.
Pintad el cielo de amarillo, ¡es un espejo!
Que no hagan falta más el sol ni su lujuria, ni este
calor insultante, ni esta noche
contraria, ni esta luz.
Elijah McClain |
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