Toneladas de libros no han derribado la Luna. Elegid una
ciudad,
elegid un idioma; la ciudad es lo de menos, todas incuban
sus trenes escondidos,
sus letras iniciales, todas alojan en su vientre el
acrónimo
perfecto.
Aquí Destiny® no es un Ángel (todavía), tiene un lápiz en
la mano, un bote de pintura,
lo agita y surge ese ronroneo preliminar, ese preludio
intacto del color. En su cuaderno
dibuja o escribe, interroga a la realidad. La realidad: los
trovadores
ensayan un retiro elegante, presumen de asonancia.
Elegimos un cubil, un cuadro en progreso, apenas un
esbozo del tiempo, un bosquejo del bosque,
un interludio. Vivimos un tiempo interesante, nuestra
música es un remedo,
ahora escuchamos a Led Zeppelin con reverencia, ahora
masticamos la inocencia
extraordinaria de Joplin, nos enorgullecemos de Hendrix y
su meritocracia. Ahora nuestra ciencia
pregunta por los clásicos, nuestra teoría de cuerdas es
un lastre, un atolladero
decadente.
Destiny® no hace milagros, a la ciudad se llega bendecido
de casa,
del barrio hay que escapar con un tiro en la pierna, ya
con las esposas puestas, ya cacheado
y arrastrado por los suelos; hay que salir de casa con la
rodilla del cop en la garganta,
con ese estado de ánimo insuperable.
De los libros, mejor no hablar. Mejor escribir lo primero
que se nos pase por la cabeza y luego,
desafiantes, pasar a mejor vida. No es posible emular a
Roth a los 85, no es deseable. A los 85,
hasta los ángeles pasan a mejor vida. A los 85, es
imposible renovar el carnet de escritor,
¡que no te lo sacas de la manga!,
¡que no se escribe por amor al arte!
Nuestra teoría de cuerdas ha sido una pérdida de tiempo.
Literalmente. Destiny®
obra su cuerpo en obras, su mente instalada en la pura
emergencia
emocional, su corazón a punto de cambiar de fase,
cogiendo carrerilla
para subir al último tren abarrotado.
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