Siempre la Historia, incluso bajo el puente infernal del
Paraíso,
bajo la nube incrédula del recuerdo. El planeta registra
anillos de interés
como un árbol amable. Arranca en nuestra mente el sistema
operativo del cosmos; la inteligencia es el combustible
de la naturaleza, no el amor.
aparenta dieciséis años (en el
verso). Suscita dudas
en la escalinata de las tríadas, su
interior declara diversas propiedades: mariposa, flor, abeja laborista.
sucesos que despiertan manos dormidas, plumas derribadas,
lenguas muertas.
en cada uno de ellos, en uno de ellos, en éste.
fuego por doquier, erupciones solares,
teofanías derramándose, el apocalipsis sobre los rostros
de una turba de hienas. Vida
inhóspita, ¡se atreve a poner en jaque a la palabra!, a digerir la voz del
cuervo.
Ah, veréis poemas como corazas,
amurallados como la gran muralla, acorazados como vehículos acorazados,
arpados o cortantes como espadas
imperiales; armas terribles, almas
despóticas unidas a la implacable
voluntad del demiurgo.
y la electricidad, nos duelen los alicates y las pinzas,
nos duele el corazón antes de pararse,
y antes de dejar de respirar nos duele el aire. Como
duele el espíritu que trama una venganza
atroz, como duele el periódico de ayer, las cruces que
nos faltan, las películas mudas rodadas a través de una noche perpetua,
los discursos. Duelen los uniformes, y las medallas lastiman,
oprimen los galones y atormentan los ojos
siniestros y rapaces, la oscuridad grapada al labio con
tachuelas de odio.
humana dondequiera que nos lleve el destino, también de
vacaciones, también al trabajo, al colegio, a la compra,
eternamente a cuestas con este peso vivo, esta belleza
que no deja de nacer, de crecer y recrearse, de gritar
su nombre: ¡María Claudia Falcone! para que no
desaparezca nunca de la Historia.
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