Qué coincidencia. Una conciencia ante el espejo se siente
extravagante, se siente general y femenina, tan moderna; un
alma reflejada
en el cristal: ¡traigan un extintor!, una manguera de
agua cristalina, que descuelguen el cristo
de la pared del dormitorio, que se haga ya de día, por
favor,
que alguien dé a luz algo de luz.
Emily ha sobrevivido y parece mentira. Su voz soporta el
ecualizador de la materia viva,
vive y glorifica la sombra de las flores, su voz es una combustión
de rosas, cubre un paraíso
apartado, nombra a la hierba por su brillo. Hemos
bautizado un acre de hierba para pasto de bueyes,
erial inmarcesible; es un terreno ingenioso,
creativo y nada fértil, es un yermo precioso, semejante a
un rayo de sol,
a una fase cualquiera de la claridad –es decir–, a una
rebanada del tiempo transcurrido
entre el incendio que viene y el plan del infinito.
abren para ellas un camino a la ausencia (de dios); en el
distrito solo el humo es eficiente. Las chicas
fuman, sus estómagos se inflan, sus pechos contribuyen a
la historia de la ciudad, sus manos. Ellas
suspenden su incredulidad a la vista del fuego, han oteado
el descenso de la noche,
testigos del espacio.
inciertas, los cuervos llorarán de alegría al verlos
tambalearse entre las tumbas, todo ese
mármol, esa montaña de huesos, ese olor a campanas. En la
celda, el preso
colgará los hábitos y saldrá a recibir el frescor tímido
y audaz de la redención.
es un pedazo de silencio tirado por el suelo, una
respuesta con la mente en blanco. En aquel centro comercial
tienen de todo, vas y te atienden (no te entienden), te
venden y te compran. Y tus ojos orbitan
necesarios, tus pies ingrávidos se elevan y compiten con
la soledad (que es un orbe en ascenso), rozan
la extraordinaria levedad de la forma, forman caravanas
de lluvia. Hace calor, pero el granizo
acecha como un lobo escuálido, el frío se protege de los
hombres.
Y los hombres colocan crucifijos por el mundo
estratégicamente.
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