Ella no aporta una sola pizca de maldad al cúmulo
grotesco de nuestras convulsiones, nuestra rutina del
miedo. Sin la certeza de un juicio sería insoportable
tanta violencia, pero ella no añade ni un gramo de pesar
a nuestra angustia, no contribuye al desierto
infinito de nuestra orgullosa corrupción con un solo
grano de arena, con una sola gota de agua
al mar allende de nuestra conciencia atroz.
parte de un movimiento indigno; todas las palabras (osario,
sepulcro, cementerio… son todas la palabras)
suenan a huesos calcinados, huesos frescos, toda la
literatura conduce al mismo pasaje de Danilo Kiš
(oh, sí, a esa escena en concreto), todo el estilo se
condensa en una página de Irene Nemirovsky,
cabe en la desesperación de Richard Wright,
en la tremenda poesía de Baldwin. Todo está ahí, descendiendo
de los cielos con premura,
ascendiendo en la gama de la desolación, triturando
sonrientes calaveras.
no en vano la tierra es tan redonda, tan insensata que siempre vuelve al lugar de los
hechos, no en vano el tiempo
ocurre y se inmoviliza y permanece en su sentido no solo
en el recuerdo, no solo en los libros, no solo
en la narración de la historia, sino también en el
espacio, indeleble,
guardado celosamente como una joya putrefacta.
podría liberar estruendos y asombrar auroras, producir el
colapso de la noche serena, decapitar el alba,
envenenar a los primogénitos de la nación aria.
nos borra la poesía de la palma de la mano y nos atiborra
de ansiolíticos, aprovecha nuestra
decepción. Esto es culpa de la esfericidad, culpa de la
rotación desalmada de los cuerpos astrales, culpa nuestra,
es nuestra
responsabilidad; hemos de creer como hemos de morir. Pero dios
ha pasado de moda, es pasado y apesta, nos atribula e
ignora. Lo que tenemos nos falta como un minuto
extra, un segundo de felicidad, como un hilo de sangre
o un río de lágrimas.
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