relatos, apuntes literarios...

martes, 8 de diciembre de 2020

almas sin alma

 

Todo el amor de la felicidad; hay que seguirle el rastro: es imposible de seguir. A veces
suena como el tañido, el soplido, el abecedario que repiten los niños en la escuela, una canción.
 
Lo lleva el Ángel en sus manos, blando y transparente. El Ángel es todo amor, por eso de la punta de sus alas
brotan carámbanos de oscuridad, por eso sus dientes son anchos como espejos, su forma es un panal. Después
de todo, ella canta con esa alevosía de las rosas frescas (siempre se hace de noche). Su voz
disuelve la naturalidad del espacio, es un rompehielos, arpa los músculos del corazón,
sangra por los héroes del bardo.
 
Destiny® se ha pedido un helado en el alto verano neoyorquino (no se lo pudo
comer, se deslizaba dulce por la barbilla hacia el hoyuelo de su belleza innecesaria). Su voz
alzaba bloques de hormigón, vigas maestras, se alzaba como un vuelo de reconocimiento. El amor
cabe en su voz holgadamente, vibra con el espíritu de su entrega.
 
Los Ángeles se afligen, pero son de otro mundo. Nos miran, pero no nos salvan. Nos olvidan de pronto,
en seguida nos niegan: desertores del cielo, almas sin alma.
 
Jugábamos al fútbol con el Ángel, tocaba la pelota con un talón de noche,
vertía su inocencia sobre la hierba crecida, gotas de sudor
se arracimaban a su espalda, bidones de escarcha, fardos de rocío; oh, surtidores de nieve entre sus piernas.
Entonces se escuchaba una ventriloquía, un sarcasmo, eran los chicos que venían de toda la ciudad,
pálidos como estatuas, rodeados de humo y sensación.
 
Eran los buenos tiempos de la felicidad, cortos y pesados. Pasaban rápido entre dos necesidades,
entre dos resignaciones. Y lo mejor era oírla cantar.
Su canción era suficiente para hacer el amor, lo bastante dura y hermosa;
ah, sus uñas rasguñaban el diamante, sus dedos retorcían los anillos, sus pestañas
figuraban en el vademécum de los ríos más largos.
 
Algo así. Demasiado frágil para seguir leyendo. Déjenlo aquí, unas líneas más arriba: sobre el primer
verso pende la daga teatral de la conciencia, un árbol boca abajo. No lo tengan en cuenta, acaso
sean huellas en el barro, migas de pan, el rastro abarrotado del amor.


Jan De Vliegher - Glass

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