Todo el amor de la felicidad; hay que seguirle el rastro:
es imposible de seguir. A veces
suena como el tañido, el soplido, el abecedario que
repiten los niños en la escuela, una canción.
brotan carámbanos de oscuridad, por eso sus dientes son anchos
como espejos, su forma es un panal. Después
de todo, ella canta con esa alevosía de las rosas frescas
(siempre se hace de noche). Su voz
disuelve la naturalidad del espacio, es un rompehielos, arpa
los músculos del corazón,
sangra por los héroes del bardo.
comer, se deslizaba dulce por la barbilla hacia el
hoyuelo de su belleza innecesaria). Su voz
alzaba bloques de hormigón, vigas maestras, se alzaba
como un vuelo de reconocimiento. El amor
cabe en su voz holgadamente, vibra con el espíritu de su
entrega.
en seguida nos niegan: desertores del cielo, almas sin alma.
vertía su inocencia sobre la hierba crecida, gotas de
sudor
se arracimaban a su espalda, bidones de escarcha, fardos
de rocío; oh, surtidores de nieve entre sus piernas.
Entonces se escuchaba una ventriloquía, un sarcasmo, eran
los chicos que venían de toda la ciudad,
pálidos como estatuas, rodeados de humo y sensación.
entre dos resignaciones. Y lo mejor era oírla cantar.
Su canción era suficiente para hacer el amor, lo bastante
dura y hermosa;
ah, sus uñas rasguñaban el diamante, sus dedos retorcían
los anillos, sus pestañas
figuraban en el vademécum de los ríos más largos.
verso pende la daga teatral de la conciencia, un árbol
boca abajo. No lo tengan en cuenta, acaso
sean huellas en el barro, migas de pan, el rastro
abarrotado del amor.
Jan De Vliegher - Glass |
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