Y sin decir ni esta boca es mía,
muerto con siete vidas de adelanto,
eco del río que en la lejanía
fluye constante entre la sed y el llanto.
una estatua de sal, un camposanto,
ciego como la noche que desvía
hacia las sombras su estrellado manto.
mordiéndose la lengua que le toca
a dentelladas secas y feroces.
el umbral de una puerta que se cierra,
la tumba abierta de un millón de voces.
cerca del cielo en bruto del vacío,
el aire lentamente la tritura,
labor de hielo y siembra de rocío.
y, por elevación, recto desvío
hacia el cálido verso que madura
a la sombra famélica del frío.
pero sabe de dios más de la cuenta
y nunca echó la eternidad en falta.
como al viento colérico la hoja
y al silencio abismal la voz más alta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario