El silencio –dice el poeta– es lo que se escucha
cuando deja de cantar Olivia Dean. Hay, pues, un silencio
de campanas. El silencio
de la gran ciudad a la hora punta. El silencio de la
ciudad de Los Ángeles.
invade los preceptos de la luz, la promiscuidad de la
mañana. Existe un día de mañana incubado en cada noche,
despabilado pero inerte. A veces los tentáculos de la
oscuridad
emergen ocluyendo un rato de felicidad.
resistiera el empuje de los cuartos oscuros, la fuerza cegadora
de un segundo
tras otro.
estudia la conveniencia del procedimiento. Romper el
pacto y dejar de narrar lo impredecible;
todos se ríen, el poema abulta en el bolsillo, recorre la
escena
con su rama de árbol en las manos, deshojando un tesoro.
Es una máquina de fracasar, desencajada
como un rostro
desencajado.
imperiales. Nos preocupa la decadencia, es un tema candente, la notoriedad de cada
acontecimiento
nos sobrecoge. ¡Es la memoria, estúpido!
Olivia se transforma entonces en un nido, o es su voz. La
soledad
discurre a través de una noche
fotogénica.
de la naturaleza, el punto flaco del espacio, la
consumación de una teoría inacabada.
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