Dentro del mismo cuerpo
dos visiones distintas, dos figuraciones, una consciente,
una que piensa y otra que vive,
dos versiones distintas, no complementarias,
independientes. Una que piensa.
Destiny® lo comprende, tiene los ojos rojos de tanto
llorar; le interesa la muerte, siente
que la parte pensante ya está muerta.
Ah, la rosa está mustia de tanto llorar; la Primavera ha
comenzado con un estallido de disolventes y ácidos,
un procesamiento intensivo de la realidad.
La escena: una muchacha alta y majestuosa, su cuerpo
ocupa el espacio
siguiente (una situación embarazosa), su proximidad es
siempre accidental: has de tener
cuidado de no chocar con ella por la calle, también en el
Parque (está prohibido soñar). Ella
pasea por el Parque con un sexto sentido cogido de la
mano,
estriba, aterriza (aterroriza), tan absorta, sus ojos
azules manifiestan un batir de alas, un llanto
crepuscular y ajeno, una formación de Lázaros.
Estamos en primera fila viendo pasar la vida, en butaca
de patio; vemos
manejarse a las personas con actitud responsable,
manejarse a los gatos, manejarse a los perros, a los automóviles,
los planetas, ¡las mariposas! Vivimos este mundo
manejable que no nos acompaña, nos evita, nos globaliza
dentro de un mismo cuerpo.
Destiny® no se arrepiente de su alma,
desnuda su luz comprometida y visible. Ahí está el piloto
encendido, la llama
inextinguible de la soledad inmensa y sus prisiones.
Vemos la pauta geológica del mediodía, su artesanía
intacta, el barro que constituye su aliento, el aire que
constituye su risa, el nítido fulgor
de la distancia. Y nos tranquiliza el tacto secreto de la
noche, y nos desampara y nos absorbe, nos encierra
dentro de un pensamiento sin nombre, de una acción
insospechada y mortal.
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