Laura, rayo de Sol. En la frente, el solsticio, el rasgo.
Hace tiempo que no merecíamos la confianza del Arte, que
no nos debatíamos. ¿Será la Superheroína del siglo
diecinueve? Es la Musa de la IIGM, defensora nuestra. Es
la brigadista.
Nuestra.
Con ese cuerpo de metáfora y hueso, esa (sobre)
naturalidad, ese protagonismo. Subyace
a lo largo de la Historia, ah, si combatió sobre la
hierba ―ilesa― a Roma y sus legiones, si fue adorada
por los pueblos.
Ahora la reconocen por la calle, barre el Parque entero
con una sonrisa,
atraviesa las fronteras de las bandas como un Warrior. El
Parque ha esmaltado su reino para ella, sus gorriones
astutos, los jilgueros del sábado, todos en la misma
frecuencia auxiliadora de sus manos,
todos a coro expuestos a la savia del milagro.
Laura, rayo de Sol. Su poesía armoniza una zona
extraviada, un patio de vecindad con sus macetas rebeldes,
su antena lírica, la cartuja del alba. Su magia
distribuye serenidad entre las sombras, hace felices a
las palabras
únicas, sustituye al reloj de la naturaleza.
Su boca ha pronunciado un beso
en el aire: es bastante amor. Equivale a una fortuna.
Envalentonados los labios,
secretos labios, el sonido absorbente que remonta los
árboles y las colinas, que prepara con mimo la comida
del pobre y prospera ante el vértigo, una estrella sin
punto.
Norte al ras, capa por capa en la coraza del frío,
fuera de los mapas que señalan el horizonte, del mundo
que apunta con el dedo
hacia el futuro. Laura, rayo de luz en el desierto, más
puro (más pura), más alto (más alta),
y más ajeno. Y más.
Watanabe Seitei, 'Bird on a Persimmon Tree' |
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