Queda lejos el Paraíso; seguimos el rastro
septentrional de las palomas, nos aclimatamos. Laura no
suele agotarse,
no se emociona demasiado, su belleza ―escudo de
tormentas― se desintegra lentamente,
a cada paso encuentra un espejo distinto que le devuelve
una parte de su alma.
eterna, al compás de los elementos
químicos y su magnetismo. Algo subsiguiente,
emocionalmente
tardío pero también absoluto, un desgaste de las
proporciones: el frío
y su séquito de agujas, su partenogénesis
universal.
es la huella, el encanto plastificado en una melancólica
opción, una opinión
en contra. Parece darse un acercamiento al embrujo lunar y sus
casualidades, su reciclaje
de las estaciones, el estricto compendio que escenifica
un rectángulo de hierba.
sensibles como reinos vegetales, como flores recién
nacidas al paisaje.
es el pálido esbozo de una sonrisa, su música
sigue la pauta exánime de la soledad. El amor se arrima a
los espacios vacíos, tiene esa facilidad de enemistarse,
esa sordidez de las naturalezas muertas. El amor es un
Parque rodeado de nubes,
templado por el viento que recoge la fórmula del hielo
y la deporta, y la detiene y sangra su temperatura
corporal, sus grados bajo cero,
su negacionismo. El amor en un suspiro bajo tierra, en
una nota solemne, un pálpito, una sobredosis de cordura, el tierno
desarraigo de las mariposas y el encendido elogio del cristal.
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