En
las rebajas, entre los mostradores, el sufrimiento adquiere una monotonía gris,
es
una sudadera gris barata y gris como una nube ahijada de tormenta, rizada de
tormenta,
un
nubarrón tormentoso y ajeno, volante y volador, en vuelo hacia la guerra de
debajo.
El
sufrimiento grita un poco para cubrir el expediente. Se sufre hasta en domingo
cuando
descansan y meditan los perros. El sufrimiento del domingo es un tanto así de
gris,
definitivamente
no sabe de colores (ahora es neutro). Los niños son los más entendidos:
aunque
no lo parezca, nadie conoce el sufrimiento en su dimensión patética
mejor
que un niño en una tarde de domingo.
Suave
es el aire. Ni padece. El aire no experimenta un dolor, ni la ingratitud.
Es
surcado, respirado, expirado. El aire expira en contacto con el cielo (dicen
que sí),
aspira
a la potencia de uno, hace guantes
con el viento si es del norte. La niña sopla
e
hincha un globo de color beis que es un color bien raro para un globo,
que luego
se hace pasar por un juguete siendo un artefacto adulto y demasiado viejo (y qué).
Las
estelas, los aviones. El aeropuerto juega con las naves. Muy arriba
ya
no hay (aire), puede haber un gas nervioso que se eleva por su propio peso
y va
volviéndose también y nuevamente gris.
Los
árboles caminan sin mover un músculo: es su travesura a campo abierto.
Están
tan aburridos que lanzan flechas de goma por las ramas. La hierba es su
frontera,
el
agua, su alimento. Duermen el sueño de los justos que dura una eternidad a
medias
(casi
entera). Despiertan cada noche a la hora del vermut, que es una hora magnífica
para
adosarse al prado y convencer a la lluvia. De madrugada significan más
y
alguna otra cosa más importante. Será por la sonrisa de la sombra.
Los
coches han volado. Los conductores naufragan inseguros. Tenemos carreteras
interminables,
una sola carretera global que serpentea como un virus de encargo.
Las
rayas discontinuas continúan a mayor gloria del motor gigante que no para,
que
no para y discurre, traquetea como el tren del dinero, como el expreso de la
navidad.
Un
coche burla la vigilancia de los escarabajos de suerte que atropella a unos
cuantos.
Ah,
pero los escarabajos no vigilan a nadie. Hay un policía de tráfico que no se
los come,
todavía.
El agente actúa en representación del estado de las cosas, que es un estado
muy
poco sólido para estar de pie tanto tiempo. Detiene y se detiene. Se detiene
y
olisquea el aire que huele a quemado desde hace unos años. Detiene a una pareja
que
ha cometido el crimen de quererse después del toque de queda.
Todo
el mundo efectúa sus trámites. Incluso las hormigas tramitan su permiso de
plaga
en
cierto juzgado de los suburbios. Las chicas presentan sus instancias en el
ministerio
y
llevan el pelo como quieren. Nadie sabe por qué presentan sus instancias
si
ya llevan el pelo como quieren. Unos que interceden y otros que suplican. La
sociedad
es
una máquina sumamente ruidosa a la que le huele el aliento. La sociedad viste
mal,
combina
los colores con escasa elegancia y a veces lleva calcetines blancos.
Bullen
las oficinas, se hacen a la mar. El capitán de navío bombardea una patera.
El
funcionario registra los óbitos y tira por la borda un flotador oscuro que
recuerda
a
una corona funeraria.
La
vida cansa. Cansa a su manera. Al parecer, es una vida gris. Se trata de una
vida así de gris.
Muchísimas gracias, Maribel, por acercarte a mi espacio, es un placer y un honor para mí darte la bienvenida. He pasado por algunas de tus páginas y te diré que me pareces una persona encantadora. Gracias de nuevo y un beso para ti.
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