ARKANA
Vuela como una pluma gris. Su color hechiza, su pañuelo
se alza...
Pronosticaron un estado de las cosas prosaico,
arreligioso. Y era hermoso pensar en él, pensar así,
con el amor por fin entre las causas justas, con el amor
pendiente de un sonido irregular,
nunca
más de la sirena de la fábrica.
Si lo material estaba entre sus preocupaciones, era
porque vivía del aire y en el aire,
quizás en pleno vuelo, sumergida en una corriente musical,
vertical. Su bandera ondeaba siempre,
siempre a verlas venir: sus barras sin estrellas, su tela
pobre sin brillo, sin el barniz de las grandes esperanzas.
Pero detrás de su carácter, encapuchado, el sentimiento
alcanzaba a descifrar un viraje
tremendo hacia su realización. Todo plasmado a raudales
de sufrimiento feliz.
Ella enraizada en su poder, sorbiendo a besos su
manantial platónico,
construyendo un poema con la voz y la balanza, usando un
mecanismo ideológico asequible.
Puro corazón. Una chica trotskista si la hubiere (con su
cabello negro). Tanta poeta como Ho Chi Minh.
Sola en el campo atravesado por la luz del mediodía, para
todos igual.
Es que no pierde, no consume y eso no puede ser: es un
pecado contra la libre empresa.
Se peina, se viste de muchacha y sonríe con la fuerza de
los astros, como Albertine
(pero sin tanto emperifollamiento), sin el carmín, pero con esta fuerza
que comprende una salida
y solamente acude al espejismo cierto de la libertad.
Hay un silencio en su sonrisa que desprende estrellas
e informa una mirada que sueña con las mieles del futuro.
Su futuro tiene forma de estrella, con cinco puntas
arremete contra el sello de las mentes simples,
estáticas frente a la ley, la iniquidad y el odio. Es
posible idearla con su perro, una mascota Mason-Dixon Line:
¡qué guardaespaldas!, fuente de miedo inagotable, formidable
scout y cancerbero.
Toda Francia es bien poco para ella. Ha de mirar al Sur
con esa lente progresista que descubre el pasado
oculto de las naciones, la miseria incrustada durante
siglos entre los muros de la patria, el colonialismo
y la esclavitud. La esclavitud, por ejemplo, es un
clásico ejemplo religioso, es un templo
cristiano con sus esclavos encadenados al cielo, su
violenta nostalgia.
Para tenerla a mano hay que ser un espíritu. Su espíritu
pronuncia el nombre de dios sin cortapisas ni rabia,
sin una sombra de espanto. Habla de tú a tú con el
infinito y la muerte,
porque la vida le pertenece en su estricto sentido, como
el mar a las almas y los pájaros.
KENY
El zumbido de una mosca o el arrullo del puente, el
zumbido del puente, arco tras arco. Sigue la carretera
antes de la debacle. Lo avis(t)aron las novelas, lo
avizoraban con su hemorragia textual, su pronunciamiento.
Los franceses -dijo Irene- creían que el recuerdo del
horror sería suficiente para frenar la guerra.
Pero el horror superó las mejores expectativas de los
nuevos ricos, se produjo entre relámpagos de integridad y heroísmo.
He aquí los hijos, nietos de la barbarie. Consumiéndose.
La música festiva, la música ideal,
con su fragilidad arquitectónica, ha dado paso al ritmo.
El rap es un reflejo de todo en esta historia, como una mala película.
Las moscas permanecen (en Hiroshima ocasionaron un
sufrimiento atroz).
Veréis. Vuestra hermana ha surgido del suelo y el
trabajo, ha tenido que ser. Su palabra es forma
y también luz. Su esperanza brilla con el sudor de las
tardes. Su risa es vuestro patrimonio que espantará a los reyes
hombres de negocios que verán calcinadas sus empresas y
habrán de emprender la retirada. En el cómic
sostendrá un fusil en las manos gentiles y sus pies que
serán como cápsulas de hierba. Y su cabello negro
viajará hasta la Luna y volverá henchido de coraje,
coronado de sangre.
Retornará a su hogar extranjero y encenderá la flecha con
su llama. La tierra se verá desde tan lejos
que saldrá reforzado el horizonte; las mañanas leerán su
destino entre las nubes, habrá un fulgor, tendrá sentido
una música santa y el amor rozará la bella superficie de
sus labios con toda la inocencia de este mundo.
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