Con el alma
en la palma de la mano. ¿Cuál es la justa dimensión del espíritu? No va a pesar
21 gramos,
no va a medir tres metros. La
dimensión del alma es dibujar un trapecio, un ser con cien caras abiertas, otro
ser. Fluye
en su medida, transige, no se preocupa
porque estará por encima de ello, no pasa malos ratos por un pecado
cualquiera, por una mala acción: su
recorrido hacia la indignidad comienza en el preciso instante en que florece
o alberga una esperanza. Dicen que el
corazón, pero es el alma. El corazón es bello hasta cierta misión desesperada,
sangra lo suyo en su idioma
ventricular, circulatorio, su lenguaje interno, sepultado a dos metros bajo el
aire violento.
El amor narra un alma, es omnisciente.
El beso es un ligero golpe que no tiene que ver
con la palabra, una lengua en la
mejilla, la frente del tesoro que no se arruga ante el recuerdo, es un frente
guerrillero,
sin trincheras, un bosque donde se
agota el agua y los animales reciben mensajes de la altura. El beso reconcilia
sensaciones, augura. En el futuro el
beso ha de ser un mensaje de texto enviado por la luz.
La luz será la fuente de toda ilusión,
del amor y la felicidad.
Allí donde haya luz habrá un espacio
para el recreo, para el sentido. Ahora, la claridad es apenas un regalo
que nada significa; los ojos ven, las
cámaras vigilan y los aviones vuelan por el cielo desnudo,
la noche llega porque debe y se
ofrece, porque tiene un romance, porque le sangra la nariz al sol.
Keny es un ángel vertical. Nada la
detiene, ni las alambradas ni los lirios
ni siquiera los puentes destruidos.
Los ángeles bordean la realidad, pero ella está en su centro, tan
misericordiosa,
tan alta como el pequeño cerro que
sube a la montaña encendida. Vuela a lo largo del viento, siempre en torno a su
jardín.
Vuela como una sombra abrazada al
porvenir, al sueño que construye el relato de una vida: en el parque
la música rehúsa hablar de amor con
otra esencia, mas discurre aferrada a su destino sentimental, su único motivo.
Está enamorada. Su alma es una joya
que desaparece. Ya tiembla el arco iris, se nubla su misterio, cambia su acento
por una voz tozuda que reclama su
derecho a la soledad, su trámite de ausencia. El poeta desearía gritar,
pero escribe. Su poema es un grito,
pero en silencio, no duele ni hace brotar el llanto, no es lo suficientemente
frágil
como para provocar el desmayo, ni un
débil cataclismo ni un movimiento en falso.
Por arriba, las cosas son un mar sin
orillas, solo un horizonte tirado por la borda, hecho cisco en la superficie de
la luna.
Keny vendrá con el alma entre las manos y será más hermosa.
Aún. Librará una batalla sin armas y
su sonrisa cantará victoria, ante ella se inclinarán monarcas vencidos por el peso
de la púrpura
y una legión de hadas adornará su
cabello con flores del paraíso, vestirá sus tobillos con aros de algodón.
Ah, y su memoria frutal será
recompensada con una caricia, un verso, una desilusión parecida a la gloria.
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