Se difumina en el poema. Ha echado a
andar. Oh, nostalgia de líneas anteriores,
esbeltos párrafos que rindieran culto
a su belleza. Nada más que su foto premiada como siempre, su canción;
queda su nombre atrapado entre dos
eternidades, tres horas de luz. Su nombre ha perforado
la materia invisible de la aurora, el
papel, el lienzo, ha tenido que arder
para dejar vivo este desierto, esa
ceniza de oro, estas palabras puestas a secar en el feo andamio de otro verso.
Su nombre como un renacimiento: tan
feliz.
El poeta se muestra precavido. Siente
una flor que ultima su figura
detalladamente. Tiempo que se arroja a
la aventura sin mirar el reloj, echa la vista atrás con tal de incorporarse
al ajetreo sano de la vida. Un tiempo
que recrea cada nueva palabra del bestiario,
cada letra deportada al abismo, cada
sombra enterrada en su garganta. Pero el poeta hoy como si fuese ayer,
un retorno a la monotonía sin pasar
por el cambio, por el aire que se desconecta
a ratos del enjambre real.
Bella, tan bella que ha declarado sus
labios hacia el firmamento: un reparto estelar. Su piel
contada a través de un espejo, el
sudor reflejado en el brillo candente de sus brazos. ¿Cuál es la relación?
Sus manos evasivas, estatuas de un
momento, manos de piedra curada por el sol, de espuma lenta.
Caricias que han llegado al
pensamiento, han cruzado una mente que palpita con toda su verdad desperdigada
por un campo de olvido, abrazos que no
perdonan una sola razón, un solo exceso.
Aburridos besos sin tregua, una
máquina de besar en el vacío, en la frontera. ¡Oh, si pareciese un sueño!,
la fascinante propiedad del sueño. Mas
la melancolía se conforma con su realidad: la que no existe,
en tanto se opone a sí misma y
contradice su metáfora, no tiene lugar donde purgar su falta de armonía
(es un lujo que no puede permitirse). Así,
los besos vuelan hasta Francia, que es un viaje bien corto en la bodega.
Y ella oculta un detector en su
mejilla, la sensibilidad que irrumpe en el silencio como un eco familiar
y desconcierta, pues se asemeja a todo.
En el espacio, hay un enorme caramelo
de menta y una zarza de moras, y las fresas son grandes como rocas
volcánicas; los ángeles comen como
pájaros. Esto es un poco la industria del arte, apenas un pellizco,
compota de manzanas, gran pastel. Sin
mencionar el canto que se acentúa y fluctúa a su manera, su mantra,
divirtiéndose a pesar del baile. De
noche, las almas se acercan al paraíso,
frecuentan inmensidades sin gravedad
ni forma, simultanean su esfuerzo, pueden besar una frente dormida.
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