Sobre el
terreno un ídolo presiona. El hogar con su chimenea humeante, su cerca pintada
de amarillo;
la
hierba es un prodigio nativo, llena de confianza en sí misma. El amor ha terminado
por controlar el movimiento
y la
voz. Sus movimientos se ralentizan al borde del espejo (que es de agua). Hay
una fuente
sobria
en el entorno, un manantial de máxima seguridad que produce
hierba
frágil, viva. El humo se eleva hasta alcanzar la falda de la noche, un cielo
enorme
se
oscurece hacia arriba. El paisaje se curva gravemente cuando el amor
introduce
su pequeña gran nariz por el resquicio del aire. La canción parece un falso
ritmo, pero aprieta los sueños.
El
barrio transmite integridad, es sólido en su denuncia social, sólido como un
butrón a punto de estallar;
las
paredes de ladrillo se las ingenian para reconstruir el arte popular, su
constancia
es
ejemplo. Todo lo que está roto es posible, hasta los cigarrillos, hasta el
chorro de agua templada que sale de la tierra.
El
barrio siempre tiene un cielo enorme por encima. Pero a ellas les da igual,
su
paraíso es la esperanza. Con los perros por el parque, con los chicos por el
camino estropeado.
Este camino lleva a la puerta del templo, una iglesia más. De la iglesia brota
un canto
estropeado,
exagerado, uno que lleva botas militares y prefiere
no
hablar de lo que ocurre.
Las
chicas han encontrado un filón. Jessie quiere besar la música que atruena,
atronadora, bajos sin piedad;
al
primer intento ?uestlove con sus baquetas triplicando el sonido, Shiva que
parpadease, tronzase, percutiese los tambores
con
cuatro brazos de sol. El humo del hachís estorbando un poco. La parte más
enérgica del verso
es la
que contrabandea la emoción de la sección rítmica. Llegan por el camino como
una banda de New Orleans
destripando
las zonas muertas de la calle. Las ventanas se abren
a su
paso y algunas personas señalan con el dedo, rezan a su icono, escriben
poemas
en dos minutos de silencio.
El
paisaje es una bola de materia que tiene que explotar (y su big-band dará lugar al universo). En los
confines
del
cosmos, la humanidad se agota. El mundo es una gota de odio en el espacio. Ella
plantea el sueño del amor,
remonta
el filo de la aurora para empujar la vida, trocea su canción en píldoras
azules,
una para cada espíritu. Su alma ha volado desde muy lejos, tiene frío, es como
un gorrión en su primer viaje.
Procura
bendecirlo todo, rocía el fuego con su verbo sanador, saliva o sangre. Su
corazón
finge
una amapola, se expande -púrpura- y despliega su aliento de cometa: vuelve al
origen donde estaba
solo. El
suelo está manchado de reliquias, Jessie, descalza, se pincha con un ramo
de
rosas. En la avenida, los autos chocan a cámara lenta, corre la lluvia.
La
paloma de la paz ha activado el piloto automático.
Dos
jóvenes se besan en un portal sin número.
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