relatos, apuntes literarios...

martes, 24 de noviembre de 2015

¡es la estética...!


¡Vaya un poeta inmenso!, aire apenas, el pequeño escritor en su escritorio de provincias,
custodiando su biblioteca provinciana armada hasta los dientes, con su empalizada Roth y otras maneras de vivir.

Nadie recita sus poemas, que son falsos poemas, letras realojadas
en la pantalla del pecé sin orden ni permiso de residencia pero con cierto sentido frenético, en la tradición
del entusiasmo que no se deja ver. Pudor y sentimiento; la relación entre los hechos y un menisco
roto; puede que la cojera sea su moderno estigma, su redención
tan próxima.

Jessie lo borda con la mente en otra parte (fuera del poema). Acucian sus pasos
embebidos en su propia cadencia, un tumulto peatonal. Tantos autos mágicos -como extraídos de una novela de Dodge-
se agolpan a su puerta, la siguen por el cielo haciendo sonar
cláxones y cítaras profundas, estimulando un movimiento sísmico (es decir, el baile).

Hay, pues, que acompañarla por el sueño perfecto, solo ahí,
donde las bujías no estorban el paseo, ni las farolas se muestran poseídas de un perfume barato, una luz cualquiera.
Es en la atropellada sucesión de imágenes víctimas de los ideales
más auténticos, en este plano conceptual en el que el juicio se pierde por ramales excesivos
que siempre dan a un parque en línea con la naturaleza retirada, donde el verso
retoma su ausencia lírica y se inclina decididamente hacia la precariedad con todo su organismo hecho de cláusulas,
cesuras y otros sacramentos.

Se fija la música en la primera palabra y ya no cede. La voz de Jessie corona entonces algún
abecedario, algún breviario escrito en la modestia y la conservación, con la actitud
necesaria y los buenos augurios, siete palomas traduciendo a Lord Byron en la cuna, el trampolín del viento
puesto en su sitio para alcanzar a la historia.

No es lo que se dice un buen poeta, ni su pupila urde tragedias ejemplares; apenas
arquetipo de cariacontecido funcionario, su voz funcionarial, sus modos extranjeros de sí, poco acertados.
Con esa afectación tan sostenida y esa caligrafía literaria transparente a la crítica.

Pues ella no escucha ni encuentra ni sabe un ápice de la obra
y es justo que así sea, justo que desconozca y no se extrañe, que ignore por completo las modélicas rimas,
los encabalgamientos destilados, la métrica confesa. El poema, así, cursa el sacrificio eximio de la crucifixión
sintáctica, se descuelga por un acantilado, se usa y se tira o se tira ya directamente:
a la papelera
sin paracaídas
de un tren en marcha
por los suelos.

Épica o ética, ¡qué confusión!; ¡estética! truenan los monarcas, vestidos a la última, y el verso
se desintegra, tan culpable. La poesía encera el parqué y es reverenciada por los profesores. Jessie
canta igual, igualmente despliega sus alas, cruelmente, como una mariposa
veneciana o algo diplomático, un jilguero proscrito, ave de un paraíso sin fisuras.






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