Está en
los ojos. Hay una virtud en la belleza. Todo ocurre sobre la hierba,
también
la sangre. La palabra ha conseguido hacerse un hueco
en las
miradas, ha logrado una instantánea del pensamiento, es decir, de la reali¿a¿.
En
realidad la luz es la más hermosa: cuestión de velocidad. En la sangre todo
ocurre deprisa, la circulación
y los
derramamientos. Nada más hermoso que una gota en el pecho, en la camisa nueva,
blanca,
una rosa perfecta hecha de espuma, un disparo en el centro de la noche.
La noche
ha dejado de cansarse y se ha ido a la cama sin cenar. Oh, Luna. El firmamento
consolida
su
atómica distancia, se oculta de un plumazo, de un vistazo se aprehenden sus
marcas sustantivas, sus espacios
vacíos y
su misticismo sectorial. Qué música desprenden las estrellas, tan lúcidas
supervivientes. Parten dichosas
naves
hacia diferentes sistemas organizados en láminas de vida. Es un futuro atípico,
antrópico,
desigual,
donde los robots acuerdan estrategias y los pájaros colonizan árboles sin rama.
La estación
espacial
se ha quedado pequeña para tanto astronauta convencido, gente de todos lados
que
arrastra su pequeña ideología como si fuese una maleta de cartón.
Hubo un
tiempo -se dirá- en que la poesía era fuente de conocimiento y la belleza
transitaba
sus
mejores pasajes, acribillada a versos y monedas de oro. Las personas componían
odas al talento y la gracia,
se
acomodaban en los restaurantes antes de la masacre. Fue el cine o la
televisión;
algo
tuvo que ver con una cultura que enfatizaba la acción sobre el circunloquio
meditativo. Los felices
grababan
sus instalaciones como sus automóviles, generaban tamaño
y
satisfacción. Qué beneficiosa sintonía nacional, que intercambio de pareceres y
celebridades, de alegrías y canciones:
estaban Rapsody,
Janelle, Azealia y el KRIT, Nas y su prole de internautas.
Jessie
había concedido el milagro de su voz sin demasiada presión. Su alma
reventaba
de misericordia como en un extraño cóctel. En medio de la hierba, su palidez impresionaba,
su rostro
impresionista
alzaba un ramo de pestañas, sus piernas nivelaban un lazo de promesas. Miró
entonces
a la
derecha del libro y se escuchó una detonación declarativa, un exordio
magnífico, la rima
por
encima del aire, del mar y la costumbre; mudó en algarabía el silencio, bajo la
tierra
las
raíces se contaminaron de furia y egoísmo.
Ella con
su karma, suficiente materia para una industria del deseo, su materia que es
sueño
y
bondad. ¡Cuánta esperanza pudo acumularse entre sus labios! Paseaba a su
mascota terrible
y los
poetas escondían su angustia para dedicarle una sonrisa oblicua. La policía no
paraba por ahí,
ni
siquiera los gatos ofrecían su ingenio. Humo y elocuencia, solamente. Un pacto
espiritual
entre el
hueso y la carne con la sangre de impávido testigo.
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