Reflexión:
está todo vendido (el arte). Todo comprado al mejor agente literario. Pero eso
era
antes. De la revolución. Ahora el arte es popular
o no
está en sus cabales. Así que no existe otra forma de acercarse a la forma que
rodearla,
dar un
rodeo y envainarse los metales, disfrutar de las constelaciones. Ella tiene una
sombra en orden
que es
una obra de arte y presupuesto: cualquier sombra supera a Velázquez,
intriga
más que Rothko con sus límites. Cualquier sombra no. A la sombra del árbol hay
un árbol que destaca,
todo
flores. En el parque las sombras están de enhorabuena –como de más–, hay
más que
de sobra, pero, en cuestión de sombras,
nada
como un edificio con sus tabiques y sus credenciales.
Por el
edificio en ruinas corretea Gris, brinca tramos de escalera sin peldaños,
huecos apodícticos
de los
que te caes y no regresas más; huecos con hectómetros cúbicos de realidad
paralela,
como los de Alicia. Igual que en el museo,
en
misión contemplativa de los esqueletos constructos, doctos materiales
esparcidos por el suelo
y esa
polvareda tan sobrenatural de los ratones y los cuervos.
Cuadros
en las paredes, no. Mejor que eso: ventanales podridos con marcos estelares.
Para mirar a las estrellas, un techo
imaginario,
transitivo, que deje a los sentidos realizar su trabajo electrizante. Jordan
pinta,
dibuja cualquier cosa, un grafiti de ceniza, un bodegón de hambre
atrasada.
En la parte gris de la estructura, un habitáculo estrecho como el tocador de la
necesidad,
un
cuarto poder despavorido. Donde dormir, contar ovejas presumidas y vestirse con
ángeles de lana.
Han ido
a venderle el arte y era un gramo de polvo blanco como el recuerdo. Mejor un
cubo de carbón;
cierta
clase de odio escoge a sus víctimas entre los inmortales. La ciudad ha
encogido,
en
apariencia, las calles se burlan y los teatros han echado el telón;
solo las
avenidas resisten, apenas entregadas a su radial monotonía y su horizonte.
Hay un
horizonte fúnebre que procesa calamidades con ánimo de tumba, se troncha de la
risa. Hoy los chicos
han ido
a ver al doctor, no porque estén enfermos, que lo están. La fiesta ha empezado
sin nadie,
al
estilo Kampf: música de refilón pero sólida como una barbacoa, al peso, hip-hop
cadavérico,
estricto Evidence con un punto genial, un santo y seña divertido. Jordan llega
tarde y
natural cuando la lluvia surte su efecto desechable; baila por detrás del
escenario,
en la
tarima desierta que consume la noche, única y necesaria, sola con su mirada de
actriz.
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