relatos, apuntes literarios...

sábado, 27 de febrero de 2016

para qué sirve un max m.


Alma máter. Jordan ha robado un abrigo icónico de Max Mara en la fiesta
y le queda bien. Es una gran satisfacción. No habrá en el parque trazas semejantes, artículos
auténticos de tal envergadura. El hecho en sí merece un poema decadente,
una retahíla imperecedera. Hay que ponerse a escribir en el momento difuso,
exacto y diferente al otro en que la soledad retumba como un abecedario en los oídos y lleva la mano a cometer pecados,
picias de la pluma. No hay tinta que valga, ni papel en blanco, pantalla o panorama en blanco,
no existe el blanco sino en los ojos de algún niño dormido.

Los pobres lobos han matado una sombra y se la comen –dice Gris–. El viento
ha entrado en forma y se reparte ahora por todo el extrarradio verificando
nubecillas gordas. Y ella con su abrigo hasta los pies, canela en rama. Siempre hace frío como siempre y los portales
rezuman una densidad empalagosa, un puede ser de cualquier modo.

Subyace la música mientras se planea la obra. Que está en obras todavía, erizada de andamios, emparedada
entre columnas huecas, vallas a medio pintar, algo desorbitada de tanto esperarse con una mano en el bolsillo.

Coches que circulan, pero en ninguno de ellos va el amor. Viajar es cómodo entre dos puntos seguros,
sin preocuparse de lazos familiares, zonas muertas. Guerras en marcha,
las hay, como es habitual; disparos sueltos y carreras, un fusil de repetición tirado en el estanque. Los árboles
no salen de su asombro, no encuentran las palabras, se creen francotiradores.

No es su primer milagro, claro está. Donde había esclavitud prende una libertad radiante,
con ganas de bailar, privilegiada. Albertine muestra su tobillo intacto después de haber saltado: es maravilloso.
El libro se ha vuelto del revés, se ha arrancado las páginas y ha caído
en la mesa puesta a la hora del desayuno. Alma que rectifique su trayectoria solo hay una (se sabe el padrenuestro
pero no lo va a rezar).

Jordan ensordece de tanto mirar el reloj. Está guapa como un espejo; se mira y eclipsa
placas de rutina. En defensa del arte, aduce que ha sido un verso corto,
aunque nadie se lo tome a la ligera. Por la avenida, entonces, pasa un vagabundo estrafalario, de los que canturrean en la iglesia:
lleva un abrigo icónico de Max Mara que no le sienta bien. 




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